*Composición 8 de la serie Suturas
“…como si acabara de enterarme de
que las luciérnagas hacían señales descifrables en beneficio de los espíritus extraviados…” Pálido
fuego Vladimir Nabokov
Tener más de medio siglo y escribir heptasílabos y endecasílabos parece que
es un impedimento para poder apreciar “Luciérnaga” Kriller71-Kokoro [2017], el primer poemario
de Alba Ceres [Nápoles, 1986] O al menos así lo interpreto, cuando al comentar que
iba a leerlo, me dijeron: pero no te va a gustar. Supongo que uno es uno y sus limitaciones,
pero que, a cierta edad, ya se te vea como alguien, anquilosado y esclerotizado
mentalmente, duele aunque sea un poco. Y de dolor va este texto. O de qué hacer con el dolor y la enfermedad cuando se convierten en
cuerpo, cuando se encarnan en un cuerpo amado –en este caso la madre-, y lo va
destruyendo hasta aniquilarlo. Con su
dolor, Alba Ceres ha elaborado un poemario. Y digo elaborado porque no se trata
de un desahogo sentimental vomitado en un instante de rabia e impotencia ante
la pérdida de un ser amado. No. Alba Ceres ha despojado al dolor del alarido de
la hojarasca, del griterío de las ramas, del aullido del tronco y lo ha dejado
en la esencia de la raíz. “¿hay/ un tú/ en la/ ceniza/ algo/ cáncer/
algo/ suave?”. La autora de estos versos ha tomado entre sus manos el dolor y
la ausencia y los ha transmutado en poesía susurrada, murmurada, casi entredicha. “Luciérnaga” es un poemario desnudo,
descarnado e intimista, que sobrecoge por su ritmo y por su singularidad. Se
puede intuir por lo que llevo escrito que el poemario sí que me ha gustado,
aunque el adjetivo no me parece el más adecuado, pero ninguno de los sinónimos
de gustar se ajusta tampoco a lo que quiero expresar. Encontrar la palabra
adecuada en poesía es siempre el problema. Pero lo fundamental no es que la
palabra sea la adecuada sino que el poema nazca de una necesidad, de una
grieta, de una herida. Poesía para cicatrizar la herida, pero no una poesía de apósitos
y vendas circunstanciales sino una poesía meditada, casi gélida, que cicatrice
la herida desde dentro. Así son los versos que ha escrito Alba Ceres. “arrastrado/
de sí/ el mundo/ ya no/ contiene/ palabras/ como moles / no sujetan/ la
flaqueza/ de envolver/ lo que/ no es/…” Son versos que nacen de la aceptación,
que nada tiene que ver con la resignación, donde la ausencia se torna presencia
y la enfermedad tránsito. Versos donde
la autora ha suprimido todo lo anecdótico, todo lo trivial y baladí, incluidos
los adjetivos y los artículos. Poesía desarticulada. Poesía de verbos y
sustantivos. Poesía sustantiva y honda donde, en cierto modo, todos somos
enfermos terminales y la luciérnaga deviene símbolo de precariedad existencial.
“luciérnaga/ que/ pálida/ en el/ rastro/ dura/ duras/ lejos/ en la / muerte/
amas/ tierno/ tan/ aquí”. La luciérnaga se
extingue, pero su luz perdura, pálida y tierna, y cuando los adjetivos se utilizan
adquieren una prestancia y una significación muy lejana al adorno y muy cercana
a lo primordial y al sentimiento en estado puro. “Luciérnaga” de Alba Ceres es
un poemario que habla de un tema tabú como es el cáncer, pero no es un libro
impúdico, sino que no habla desde el pudor más hondo y con la metáfora más
exacta. Se inscribe en una tendencia actual de poemarios que hablan de la enfermedad como si quisieran
contradecir aquella afirmación de Susan Sontag, a quien tanto admiro, de que no
se puede hacer literatura sobre el cáncer, y que todavía me parece válida, ya
que ella la utiliza en el sentido de que escribir sobre sobre la enfermedad
estigmatiza y condena al enfermo desde el punto de vista social. Un tendencia
actual que incluye poemarios tan diferentes como “La sentencia” de Santiago
Castelo [Visor, 2015] o “El mal” José Daniel Espejo [Balduque, 2014]. Contradiciendo a Susan Sontang y también,
porque no a Primo Levi, sí que se puede escribir poesía después del horror y
desde el dolor y la enfermedad. Nada hay
aquí de exhibicionismo ni de golpes de pecho, hay canto, canto roto, fúnebre si se
quiere, pero no, es sobre todo canto, porque como decía Machado, se canta lo que
se pierde, canto susurrado, balbuceo, poema, poesía. Les dejo con la exquisita luz de esta
luciérnaga y les recuerdo que solo existen 300 ejemplares. Adquieran una de
ellas antes de que se extingan y la oscuridad del abismo vuelva a rodearnos.
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