La poesía, como la pasión, no es monolítica. No es una certeza. No es respuesta y casi
siempre es duda, herida lacerante, grieta honda, carne apaleada y piel
magullada. Dicho esto, existen muchos tipos de poesía. Tantos tipos de poesía
como poetas. Sin embargo, hay una poesía insurgente que es riesgo y verdad, símbolo y
rabia, meditación y fuego, culturalismo y vida, realidad inhóspita y deseo insatisfecho. Una poesía que es en sí
misma una enmienda a la totalidad, una apuesta a cara o cruz, pues es revelación
y sacrificio, principio y fin; una poesía que no sucede sino que se forja en el
alma y se piensa en el corazón y provoca los sentidos. A ese tipo de poesía
clandestina que ni da certezas ni deja indiferente porque aunque se forje en el
alma y se piense en el corazón se escribe con lágrimas y sangre derrama, con
esperma y con ira y la mayoría de las veces con las tripas y otras vísceras, a
ese tipo de poesía que es como la violación de la intimidad del poeta y está
escrita con una mezcla de pudor e impudor, pertenece la poesía de Pedro Juan
Gomila Martorell [Palma, 1967] cuya última entrega hasta el momento es “La
pasión según Dionisio”, editorial La Lucerna 2016. Una vuelta de tuerca más al
ritual de la carne desde la multiplicación de los espejos poéticos, “Arcadia
desolada” [2013] y “En la tierra de Nod”
[2015], donde el espectro del poeta se dobla y se desdobla entre la razón de la
sinrazón y el instinto, entre la crudeza, la violencia y la belleza del
lenguaje y la metástasis de la angustia
existencial. Desde aquella Arcadia a esta Pasión, Pedro Juan Gomila
Martorell ha trazado con sus
torrenciales y encendidos versos iracundos un itinerario que está previsto que
acabe entre las llamas del fuego purificador y redentor de “Las hogueras de la
carne”. O no, quién sabe. No están demasiado lejos el
paraíso del infierno; el útero de la fosa, la madre castradora del hijo mutilado y exangüe, en los tenaces versos de
este poeta a contracorriente de la
aséptica y epidérmica poesía virtual y virtuosa –entendida como dominio de la
técnica, pero también como ajena al vicio, que es el sustrato de mucha de la
mejor poesía que se ha escrito-,que se practica hoy en día y que las
editoriales manufacturan como agua de mayo y producto de lujo para adolescentes
emocionalmente narcolépticos. No, la
poesía de Pedro Juan Gomila Martorell, duplicado entre el ser y el no ser,
procede del dolor y se sustenta en el dolor, nace de la lucha encarnizada entre
el yo y el otro, entre el hombre muerto que camina como un zombi por el mundo y
el hombre nuevo que aspira a vivir la plenitud de su deseo prohibido y marginado. Ese es el origen
del que fluye el torrente poético de este autor que se debate entre no solo
entre el yo y el otro sino entre el nosotros y el yo mismo –entre el
no-es-otro-y-soy-yo-mismo-, soy mi
propia prisión mi propia cárcel, la víctima y el verdugo. Claro que la
familia ayuda, y la sociedad también. Pero en el fondo, el dilema
moral e inmoral y la desgarradura carnal son internos, una grieta en el
alma, una laceración de los sentimientos. No hay cura para el estigma de la
vergüenza. Se lee en alguna parte. Eso lo sabe bien el poeta y con cada entrega
poética ha ido colocando los pilares
para construir un puente utópico que no sabemos bien si acabará en la
liberación o en la destrucción total del
personaje poético. No hay medias tintas ni versos incruentos, equidistantes o
tibios. La apuesta, ya lo anuncié, es a
todo o nada. O conmigo o contra mi naturaleza. Contranatura. Los cimientos de este puente ni tiemblan ni
se agrietan. Son sólidos pues se sustentan sobre la cadencia clásica de un
verso barroco y sinuoso, curvilíneo y sagaz que se retuerce sobre sí mismo como
un san Sebastián asaeteado por la lujuria de la reflexión. Hay en las tres
entregas un anhelo de una patria que es todas las patrias como un cuerpo es todos los cuerpos. La
Arcadia perdida de la infancia cede paso al destierro del paraíso. “La pasión según Dionisio”
apunta soluciones provisionales: Nuestra
patria halla su lar en nuestro pecho / que palpita sin temor junto al amado, /
consumiéndonos con besos, con abrazos…./ Dejaremos la ceniza de los cuerpos /
tras la danza deleitosa del esperma… ¿Acaso vivir no implica encontrar
soluciones provisionales para seguir viviendo y sufriendo nuestra herida? Cada
cual la suya. La de Pedro Juan Gomila Martorell es la de la carne profanada que
maldice en la casa del Instinto. Hay en
todo poema un gesto de impotencia y todo poema acaba siendo al final el
monólogo de un espectro, una fantasmagoría, un juego de voces y ecos, de símbolos sacros y
profanos, de profanaciones y hierofanias, de fluidos varios y de amputaciones. Los
poemas están repletos de sombras deslumbras y de mitologías subyugantes, de
referencias no siempre fáciles de entender para le dócil lector actual de
poesía precocinada –de ahí el abundante aparato de notas-, de versos
contrariados cargados de furor y rabia, la del poeta que se despezada en el
poema y trasciende el poema y se ofrece en carne viva, palpitante, en un
refinado y ritual sacrificio en forma de auto sacramental sacrílego donde la
profanación del yo alcanza la belleza de la palabra enajenada, de la palabra
del otro. Porque los poetas, los verdaderos poetas, como los amantes, solo
pueden ser y trascenderse en el otro;
porque somos en el espejo del cuerpo ajeno, en el dolor del otro que es el
nuestro. Porque siempre somos el otro y el que nos margina. Si la raigambre de
la niebla es la materia, la materia del poema es el propio poeta entregado en
cuerpo y alga, lo sacro y lo profano ardiendo en la misma llama, lo bello y lo
siniestro - ¡Trinchad el pene hervido en
los calderos! / Mas mío el corazón. Y es suficiente.-, la brutalidad y la
ternura en una misma pasión funesta.
Según Dionisio, o según Pedro Juan Gomila Martorell.
No hay comentarios:
Publicar un comentario