domingo, 5 de febrero de 2017

LA PASIÓN SEGÚN DIONISIO, PEDRO JUAN GOMILA MARTORELL


La poesía, como la pasión, no es monolítica. No es una certeza. No es respuesta y casi siempre es duda, herida lacerante, grieta honda, carne apaleada y piel magullada. Dicho esto, existen muchos tipos de poesía. Tantos tipos de poesía como poetas. Sin embargo, hay una poesía insurgente que es riesgo y verdad, símbolo y rabia, meditación y fuego, culturalismo y vida, realidad inhóspita  y deseo insatisfecho. Una poesía que es en sí misma una enmienda a la totalidad, una apuesta a cara o cruz, pues es revelación y sacrificio, principio y fin; una poesía que no sucede sino que se forja en el alma y se piensa en el corazón y provoca los sentidos. A ese tipo de poesía clandestina que ni da certezas ni deja indiferente porque aunque se forje en el alma y se piense en el corazón se escribe con lágrimas y sangre derrama, con esperma y con ira y la mayoría de las veces con las tripas y otras vísceras, a ese tipo de poesía que es como la violación de la intimidad del poeta y está escrita con una mezcla de pudor e impudor, pertenece la poesía de Pedro Juan Gomila Martorell [Palma, 1967] cuya última entrega hasta el momento es “La pasión según Dionisio”, editorial La Lucerna 2016. Una vuelta de tuerca más al ritual de la carne desde la multiplicación de los espejos poéticos, “Arcadia desolada” [2013] y  “En la tierra de Nod” [2015], donde el espectro del poeta se dobla y se desdobla entre la razón de la sinrazón y el instinto, entre la crudeza, la violencia y la belleza del lenguaje  y la metástasis de la angustia existencial. Desde aquella Arcadia a esta Pasión, Pedro Juan Gomila Martorell  ha trazado con sus torrenciales y encendidos versos iracundos un itinerario que está previsto que acabe entre las llamas del fuego purificador y redentor de “Las hogueras de la carne”. O no, quién sabe.  No están demasiado lejos el paraíso del infierno; el útero de la fosa, la madre castradora del hijo  mutilado y exangüe, en los tenaces versos de este poeta  a contracorriente de la aséptica y epidérmica poesía virtual y virtuosa –entendida como dominio de la técnica, pero también como ajena al vicio, que es el sustrato de mucha de la mejor poesía que se ha escrito-,que se practica hoy en día y que las editoriales manufacturan como agua de mayo y producto de lujo para adolescentes emocionalmente narcolépticos.  No, la poesía de Pedro Juan Gomila Martorell, duplicado entre el ser y el no ser, procede del dolor y se sustenta en el dolor, nace de la lucha encarnizada entre el yo y el otro, entre el hombre muerto que camina como un zombi por el mundo y el hombre nuevo que aspira a vivir la plenitud de su deseo prohibido y marginado. Ese es el origen del que fluye el torrente poético de este autor que se debate entre no solo entre el yo y el otro sino entre el nosotros y el yo mismo –entre el no-es-otro-y-soy-yo-mismo-, soy mi  propia prisión mi propia cárcel, la víctima y el verdugo. Claro que la familia ayuda, y la sociedad también. Pero en el fondo, el  dilema  moral e inmoral y la desgarradura carnal son internos, una grieta en el alma, una laceración de los sentimientos. No hay cura para el estigma de la vergüenza. Se lee en alguna parte. Eso lo sabe bien el poeta y con cada entrega poética ha ido colocando los pilares  para construir un puente utópico que no sabemos bien si acabará en la liberación  o en la destrucción total del personaje poético. No hay medias tintas ni versos incruentos, equidistantes o tibios.  La apuesta, ya lo anuncié, es a todo o nada. O conmigo o contra mi naturaleza. Contranatura.  Los cimientos de este puente ni tiemblan ni se agrietan. Son sólidos pues se sustentan sobre la cadencia clásica de un verso barroco y sinuoso, curvilíneo y sagaz que se retuerce sobre sí mismo como un san Sebastián asaeteado por la lujuria de la reflexión. Hay en las tres entregas un anhelo de una patria que es todas las patrias  como un cuerpo es todos los cuerpos. La Arcadia perdida de la infancia cede paso al destierro  del paraíso. “La pasión según Dionisio” apunta soluciones provisionales: Nuestra patria halla su lar en nuestro pecho / que palpita sin temor junto al amado, / consumiéndonos con besos, con abrazos…./ Dejaremos la ceniza de los cuerpos / tras la danza deleitosa del esperma… ¿Acaso vivir no implica encontrar soluciones provisionales para seguir viviendo y sufriendo nuestra herida? Cada cual la suya. La de Pedro Juan Gomila Martorell es la de la carne profanada que maldice en la casa del Instinto.  Hay en todo poema un gesto de impotencia y todo poema acaba siendo al final el monólogo de un espectro, una fantasmagoría, un juego de voces y ecos, de símbolos sacros y profanos, de profanaciones y hierofanias, de fluidos varios y de amputaciones. Los poemas están repletos de sombras deslumbras y de mitologías subyugantes, de referencias no siempre fáciles de entender para le dócil lector actual de poesía precocinada –de ahí el abundante aparato de notas-, de versos contrariados cargados de furor y rabia, la del poeta que se despezada en el poema y trasciende el poema y se ofrece en carne viva, palpitante, en un refinado y ritual sacrificio en forma de auto sacramental sacrílego donde la profanación del yo alcanza la belleza de la palabra enajenada, de la palabra del otro. Porque los poetas, los verdaderos poetas, como los amantes, solo pueden ser y trascenderse en el otro;  porque somos en el espejo del cuerpo ajeno, en el dolor del otro que es el nuestro. Porque siempre somos el otro y el que nos margina. Si la raigambre de la niebla es la materia, la materia del poema es el propio poeta entregado en cuerpo y alga, lo sacro y lo profano ardiendo en la misma llama, lo bello y lo siniestro - ¡Trinchad el pene hervido en los calderos! / Mas mío el corazón. Y es suficiente.-, la brutalidad y la ternura en una misma pasión funesta.  Según Dionisio, o según Pedro Juan Gomila Martorell.

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