domingo, 19 de marzo de 2017

LOCAS DE ALEGRÍA, PAOLO VIRZI


Algunas películas parecen poca cosa.  Incluso parecen lo que no son. Como algunas personas. Algunas películas confunden.  Mucho y mal. “Locas de alegría” [2016]  película de Paolo Virzi [Livorno, 1964] es una de esas películas que llevan a engaño. No son lo que parecen o no parecen lo que son. Sobre todo si nos dejamos llevar por el cartel que nos vende la película. Ese coche rojo, esas dos mujeres huyendo hacia ninguna parte. ¿Una mala fotocopia de Thelma y Louise de Ridley Scott,  veinticinco años después?  Qué mala manera de ofertar el producto. Sobre todo cuando “La pazza gioia” [La alegría loca],  bastante mejor titulo el original, se vende sola y bien. Aquí tenemos dos mujeres y una fuga, pero los parecidos con la película de R. Scott acaban en el enunciado. Valeria Bruni Tedeschi [Turín, 1964]– absolutamente deslumbrante, como casi siempre- y Micaela Ramazzotti, se fugan de unos de esos manicomios que por hipocresía social se denominan casas de reposo.  Legalmente están locas. Son personas que han perdido el norte y los papeles. Queda bien que sean unas sin papeles. No tienen dinero ni documentos. Su huida hacia ninguna parte es una sucesión de desastres más o menos cómicos entre los que se filtra el drama de ambos personajes. En este sentido es una comedia dramática perfecta.  La comicidad nace de la diferencia  de edad, social y de carácter de ambas mujeres, pero lo que se nos cuenta es de una dureza extrema, devastadora –la locura en estado puro-, aunque se nos cuente con guante de seda. Y es que en una obra de arte sea, narrativa, poesía o fílmica, lo que se nos cuenta es importante, pero cómo se nos cuenta es todavía más importante. La forma y el tono lo son todo. Aquí tenemos dos mujeres marginadas por la buena sociedad bienpensante porque en algún momento de sus vidas cometieron un error, perdieron los papeles, ya lo he dicho, y una vez que se pierden los papeles no hay vuelta atrás. El personaje de Micaela intenta suicidarse con un hijo pequeño para evitar que se lo quiten, el interpretado por Valeria Bruni Tedeschi  hija de familia noble y casada con un abogado relacionado con las altas esfera se enamora perdidamente, pierde el juicio, por un estafador macarra que la desprecia. Ambas tienen que asumir sus errores y sus miedos, aunque no los entiendan racionalmente.  La película destila humor y a ratos una ironía hiriente, el personaje de la madre noble de Valeria, pero se impone una ternura más agria que dulce. Queda un retrato convincente de dos personajes perdidos, no tan  ajenos a la realidad como parecería, que a falta de los demás se tienen a sí mismas. El viaje a ninguna parte que emprenden al comienzo de la película ambas mujeres la devuelve al punto de partida, pero ya no serán las mismas que escaparon, han aprendido por el camino y en el aprendizaje está la fuerza para afrontar el futuro.  Yo no sé de ustedes, pero si tienen algún cine a mano donde la hayan estrenado compraría un billete. Es un viaje que merece la pena.

EL VIAJANTE, ASGHAR FARHADI



 La última película de Asghar Farhadi [Khomeyni Shahr, 1972] no es una película cómoda ni complaciente para pasar una tarde de sábado en el cine. Tampoco cualquier otro día de la semana. Plantea dilemas, sobre todo dilemas morales. Intenta que el espectador piense y piense del modo correcto y se esfuerza por contarnos una historia compleja, con aristas y sin maniqueísmos. Con cambios del punto de vista, aunque haya un punto de vista predominante. La historia de este matrimonio, Emad y Rana,  al que un error nimio conduce a un infierno de dimensiones cósmicas está trazada  con exquisita elegancia y un sofisticado guión donde la palabra es primordial. No es vano Emad es profesor de literatura y actor en un grupo de teatro y Rana actúa en el mismo grupo. Están representando "Muerte de un viajante" de Arthur Miller. La obra tiene un peso específico en el desarrollo de la acción. Casi toda la acción transcurre en interiores, apenas se ve la ciudad, Y cuando estamos en el exterior los planos son cerrados. Los que transcurren en el coche, por ejemplo. Tras el incidente que provoca el drama, solo hay dos opciones: olvidar o incidir en la herida. Rana, quizás más inteligente que Emad opta por la primera opción, pero su marido entra en una espiral  que convertirá el drama personal de los personajes en una tragedia. Estamos ante una historia dura sobre el alma del hombre, sobre lo que nos mueve y cómo los condicionantes sociales y culturales nos empujan hacia las zonas más oscuras  e inhóspitas de nuestra alma. Lugares sin posibilidad de regreso una vez que se ha traspasado una determinada frontera. Es lo que aquí sucede. Emad es incapaz de ponerse en el lugar del otro y empatizar, cuando descubre quien es el causante de los hechos.  Se siente humillado, no comprende el silencio de su mujer y tampoco entiende su forma de afrontar la realidad. Lo que ha sucedido es un acto vergonzoso. Él es incapaz de olvidar, su egoísmo le conduce a la obsesión, a intentar resarcirse a través de la venganza. No por le honor de su mujer sino  por cómo le afecta socialmente a él lo que le ha sucedido a ella. Llevar la venganza hasta sus últimas consecuencias implica la destrucción de su relación con Rana. El final es sobrecogedor, los dos personajes frente a frente, mirándose a la cara, mientras los maquillan para representar la obra de teatro de Miller, pero también la farsa que a partir de ese momento será su matrimonio, porque cada uno sabe ya como es el otro. Un infierno compartido. Nadie gana, todos pierden.