Excelente portada. Detrás de una portada como ésta solo puede haber algo sutil y sofisticado, impecable y turbio. Así son los relatos del segundo libro de Marina Perezagua [Sevilla 1978]: "Leche", sutiles, sofisticados, cautivadores, impecables, brutales, turbios, turbulentos y casi siempre desoladores. Creo haber reseñado aquí su primer libro de relatos [Criaturas Abisales] donde el asombro era parte de su encanto. Ahora ya no hay asombro posible sino virtuosismo de una autora con mundo y un estilo propios. Es decir con mirada propia. Una mirada esquinada e insólita que nos ofrece perspectivas diferentes sobre los temas de siempre: la humana condición. La sorpresa está servida. Perezagua asume riesgos y consigue hacer fácil lo difícil. Dar credibilidad a lo inesperado y a lo que podría ser maravilloso y termina siendo cotidiano. Hay algo malsano en los relatos de esta escritora perversa. Son catorce relatos. Entre ellos, "Little Boy" reúne todos los elementos de la pesadilla. Un acercamiento poco convencional al tema del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y sus consecuencias. Su relatos ahondan en los aspectos aberrantes y bizarros de la vida. Los argumentos desconciertan, descolocan, aunque en el fondo hablen de la condición humana. Personajes vulnerables aunque poco corrientes. Esa mujer que cuida del marido desfigurado. Esa hija que vuelve a casa para reprochar al padre todo lo reprochable, especialmente que le leyese la metamorfosis de kafka antes de dormirse. Ese profesor enamorado de la alumna. Esa mujer que yace con una raza mítica y pare minotauros. Ese padre que ante la ausencia de leche de su mujer y la desesperación encuentra la manera de alimentar a su retoño. Ese condenado a muerte que resume en su finitud toda la historia de la humanidad. Ese camionero que recorre día tras día la misma carretera por inercia y acaba asumiendo una culpa que no es suya, pero que podría serlo. Historias que podrían resultar aberrantes en otras manos y fluctúan entre lo terrible y la ternura. Seres postrados, enfermedad, deformaciones corporales y espirituales, sexo poco convencional son el fondo, pero este material de partida tan resbaladizo literariamente está trabajado y tratado con elegancia y precisión quirúrgica. Una elegancia no exenta de aristas y brutalidad. Una precisión que elimina todo ornato, toda frase superflua, todo adorno. Si que puede existir literatura y belleza no solo después de Auschwitz, sino también después de la bomba de Hiroshima o la masacre de Nanking. Solo es necesario encontrar el ángulo del horror desde el que asomarnos a la historia y que la historia nos conmueva porque contiene algo de nosotros. Eso es la verdadera literatura. Lo sabía muy bien Kafka. Y lo sabe muy, pero que muy bien, Marina Perezagua, por muy civilizados que aparentemos ser, por muchas leyes que nos demos, todos llevamos dentro un monstruo. Es condición indispensable del ser humano. Por eso leer a Marina Perezagua es encontrarnos con lo más profundo de nosotros mismos, con ese animal intuitivo e instintivo que nos hace al mismo tiempo ominosos y vulnerables. La inhumana condición. De eso trata "Leche". No la desperdicien, sería una verdadera lástima. Su lectura les hará más fuertes.
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