Una sola línea basta para golpearte hasta dejarte K.O. Esa primera línea es la del comienzo de ¡Ponte, Mesita! [2014, Anagrama] escrita por Anne Serre [Burdeos, 1960] Esa primera línea dice: La primera vez que vi a mi padre disfrazado de chica tenia yo siete años. Contengan la respiración y prepárense para lo que viene. Desde ahí hasta el final, 69 páginas, que son novela y fábula amoral y cuento perverso o todo junto y mezclado con algo más, algo indefinible que transforma el argumento, poco convencional, en un relato no apto para todos los gustos y paladares. Es una novela sin tabúes y sobre tabúes. Se apoya levemente en un cuento de los Hermanos Grimm. ¿A dónde nos conduce esta novela breve o fábula amoral o cuento perverso? Posiblemente al corazón podrido del ser humano, al corazón de las tinieblas, a los instintos, a ese espacio donde el hombre es un lobo para el hombre, una alimaña, y donde la familia no es más que una infierno en miniatura del mundo exterior. Ya nos avisaba Tolstoi de las familias felices. No me cansaré de repetirlo. Lo de las familias felices. No hay doble moral o sí. Los personajes se ven obligados a mentir y a esconderse. Porque nada resulta más fácil a un niño que mentir, incluso es su universo, aquel en el que se se desenvuelve con más facilidad y éxito. [Pag. 15] Francia, años sesenta del siglo pasado. Tres hermanas menores, una madre ninfónama que se deja sodomizar inclinándose sobre la mesa del comedor que es metáfora y memoria de la infancia perdida, un padre transformista y unos amigos de los padres que son lo mejor de cada casa. Pedofilia, incesto, adulterio y otras perversiones son relatadas por la protagonista con infantil complacencia. No hay juicios de valor ni prejuicios. Nada se cuestiona. Solo la realidad del sexo en estado puro. Mamá iba desnuda la mayor parte del tiempo. [Pag. 10] Creo que la que tendrá mejor disposición para ser sodomizada será Ingrid. [Pag.12] Puede decirse que Pierre Peloup fue mi primer amante -después de papá-, pues el doctor Mars, aunque nos tocaba con agrado, no se introdujo en nosotras hasta más delante. [Pag. 20] El sexo de papá nos deleitaba. No nos cansábamos nunca de verlo ni de tocarlo. [Pag. 25] Podríamos celebrar ¡Ponte, mesita! como una catálogo de atrocidades apto para mentes pervertidas y calenturientas, pero en la página 38, todo da un vuelco y se acaba. La novela se acaba y comienza otra cosa. Otra novela abrupta, breve, la novela del desarraigo de la protagonista que a los quince años abandona el hogar y se dedica a viajar de la mano de su instinto para lograr dormir en el hotel más barato del mundo y de la mano de la bondad de los desconocidos que la alojan. En cierta medida la protagonista añora ese paraíso perdido que más que nada era un infierno familiar. Se destaca la incapacidad emocional del personaje. Durante mucho tiempo carecí de sentimientos. [Pag. 42] A falta de sentimientos la protagonista se salva a través del lenguaje y de la escritura. Propuesta sanadora y curativa de la literatura. Poseía el sentido del lenguaje. Las palabras razonaban para mí; tenían una presencia...estaban casi vivas. [Pag. 43] La protagonista anhela una paz que no termina de encontrar o que se esfuerza en encontrar en la última línea de esta historia que golpea donde más duele y abre heridas y te coloca este catálogo de atrocidades contado en primera persona de una manera elegante y devastadora. Una historia que no avisa, que se impone torrencialmente y que no te da tiempo para pensar qué tipo de artefacto literario y explosivo tienes entre manos. Cuando vas a intuirlo ya te ha estallado dentro del corazón. Quisiéramos escapar como la protagonista, pero no hay refugio. Solo las palabras. Puede que como novela le falte algo y esta mesita se quede coja. No sé, es una impresión. Quizás debería haber sido algo más "destroyer" y tener un final menos condescendiente, pero lo que ofrecen estas 69 páginas deja huella, devasta, nos transforma. Como toda la buena literatura.
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