Se reedita en Xordica "Ropa tendida" de Eva Puyó [Zaragoza, 1976] En la contraportada, Fernando Iwasaki habla de relatos. Antón Castro de cuentos. Cada cuento o cada relato es un episodio, un fragmento, de la vida de una chica de clase media baja o de baja clase media y su familia narrado en primera o segunda persona con esa fácil dificultad o difícil facilidad que da el material de primera mano largamente regurgitado, deglutido y luego vomitado sobre un folio en blanco. Parece sencillo, pero es complejo, escribir como escribe Eva Puyó. Primera persona y presente de indicativo normalmente. Parece tan sencillo, pero es tan complicado. "Baldas": Mi padre ve la televisión, o, bueno, en realidad consulta las páginas de la bolsa en el teletexto. "Nacimiento": Mi abuela juega a las cartas con mi hermana y conmigo. "Melé": A mi hermano le diagnosticaron que tenía los pies planos. "Navidad": Son las ocho de la tarde y mi padre ya debería estar aquí. "Las señoras": La señora M. siempre confunde mi voz con la de mi madre cuando llama por teléfono. "Paraíso": Mi madre se ha puesto un chándal y unas zapatillas viejas. Son algunos de los comienzos de estos relatos o cuentos que se leen como si fuesen una novela por entregas sin argumento definido. Episodios de una vida sin sustancia, de una familia como tantas, pero a la vez, perfectamente individualizada y caracterizada. Los hermanos salen poco. Son un punto de apoyo, tienen su pequeño momento de gloria y desaparecen en segundo plano. A la protagonista no le gusta su familia, pero la soporta. Se intuye la rabia, la resignación, el mal humor, la condescendencia, la repugnancia familiar, si el término pudiera adecuarse al concepto de familia, pero también cierta ternura, porque sin el matiz de la ternura y el complemento del humor estos cuentos o relatos, que no son eso sino otra cosa, serían insoportables. La protagonista quiere escapar de una vida le disgusta y de unos padres que tolera porque son sus padres, los que le han tocado en el reparto universal de la infamia familiar. Los padres. Y vuelvo a lo de siempre. A las familias felices e infelices. Cuánto juego da Tolstoi. El infierno familiar que adopta múltiples rostros. Lo que se nos cuenta es poco trascendente, pero no intrascendente: comprar unas baldas para una estantería, la búsqueda del primer trabajo, la cola para optar a un piso de protección oficial, una operación de varices. Asuntos cotidianos contados - a modo de autopsia- con una prosa descarnada, seca e hiriente a partes iguales. Si los comienzos de estos relatos o cuentos o episodios de costumbrismo cotidiano no tan cotidiano son o podrían parecernos anodinos, los finales suelen ser contundentes y terribles. Un ejemplo. En "Sábanas" la madre pretende dividir las sábanas de su ajuar entre los tres hijos, las lava, las plancha, y hace tres montones, pero las hijas discuten porque no les gustan las sábanas que les han tocado en suerte. Al final la madre le regala a la protagonista uno de los montones, aunque no se ajustan al colchón moderno que ha comprado. Las sábanas que para la madre son un tesoro, su ajuar de boda, son inútiles para la protagonista. El relato o cuento acaba: Me dijo que las guardara, por si alguna vez me cambiaba a un colchón más delgado o más pequeño. O al menos que las conservara como recuerdo. En las sábanas aparecían bordadas las iniciales de mi madre. Pensé que no había nadie más a quien dárselas, y que efectivamente allí acababa todo. Desolador. Es en los finales donde la autora logra que estas historias mínimas giren sobre si mismas y nos dejen en los ojos el agridulce sabor de la fruta madura de unas vidas, como todas las vida, mediocres e insignificantes. Y todo esto en 115 páginas.
sábado, 22 de noviembre de 2014
ROPA TENDIDA EVA PUYÓ
Se reedita en Xordica "Ropa tendida" de Eva Puyó [Zaragoza, 1976] En la contraportada, Fernando Iwasaki habla de relatos. Antón Castro de cuentos. Cada cuento o cada relato es un episodio, un fragmento, de la vida de una chica de clase media baja o de baja clase media y su familia narrado en primera o segunda persona con esa fácil dificultad o difícil facilidad que da el material de primera mano largamente regurgitado, deglutido y luego vomitado sobre un folio en blanco. Parece sencillo, pero es complejo, escribir como escribe Eva Puyó. Primera persona y presente de indicativo normalmente. Parece tan sencillo, pero es tan complicado. "Baldas": Mi padre ve la televisión, o, bueno, en realidad consulta las páginas de la bolsa en el teletexto. "Nacimiento": Mi abuela juega a las cartas con mi hermana y conmigo. "Melé": A mi hermano le diagnosticaron que tenía los pies planos. "Navidad": Son las ocho de la tarde y mi padre ya debería estar aquí. "Las señoras": La señora M. siempre confunde mi voz con la de mi madre cuando llama por teléfono. "Paraíso": Mi madre se ha puesto un chándal y unas zapatillas viejas. Son algunos de los comienzos de estos relatos o cuentos que se leen como si fuesen una novela por entregas sin argumento definido. Episodios de una vida sin sustancia, de una familia como tantas, pero a la vez, perfectamente individualizada y caracterizada. Los hermanos salen poco. Son un punto de apoyo, tienen su pequeño momento de gloria y desaparecen en segundo plano. A la protagonista no le gusta su familia, pero la soporta. Se intuye la rabia, la resignación, el mal humor, la condescendencia, la repugnancia familiar, si el término pudiera adecuarse al concepto de familia, pero también cierta ternura, porque sin el matiz de la ternura y el complemento del humor estos cuentos o relatos, que no son eso sino otra cosa, serían insoportables. La protagonista quiere escapar de una vida le disgusta y de unos padres que tolera porque son sus padres, los que le han tocado en el reparto universal de la infamia familiar. Los padres. Y vuelvo a lo de siempre. A las familias felices e infelices. Cuánto juego da Tolstoi. El infierno familiar que adopta múltiples rostros. Lo que se nos cuenta es poco trascendente, pero no intrascendente: comprar unas baldas para una estantería, la búsqueda del primer trabajo, la cola para optar a un piso de protección oficial, una operación de varices. Asuntos cotidianos contados - a modo de autopsia- con una prosa descarnada, seca e hiriente a partes iguales. Si los comienzos de estos relatos o cuentos o episodios de costumbrismo cotidiano no tan cotidiano son o podrían parecernos anodinos, los finales suelen ser contundentes y terribles. Un ejemplo. En "Sábanas" la madre pretende dividir las sábanas de su ajuar entre los tres hijos, las lava, las plancha, y hace tres montones, pero las hijas discuten porque no les gustan las sábanas que les han tocado en suerte. Al final la madre le regala a la protagonista uno de los montones, aunque no se ajustan al colchón moderno que ha comprado. Las sábanas que para la madre son un tesoro, su ajuar de boda, son inútiles para la protagonista. El relato o cuento acaba: Me dijo que las guardara, por si alguna vez me cambiaba a un colchón más delgado o más pequeño. O al menos que las conservara como recuerdo. En las sábanas aparecían bordadas las iniciales de mi madre. Pensé que no había nadie más a quien dárselas, y que efectivamente allí acababa todo. Desolador. Es en los finales donde la autora logra que estas historias mínimas giren sobre si mismas y nos dejen en los ojos el agridulce sabor de la fruta madura de unas vidas, como todas las vida, mediocres e insignificantes. Y todo esto en 115 páginas.
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