viernes, 21 de febrero de 2014

LA GRAN BELLEZA PAOLO SORRENTINO


En una sola sala de toda la capital: "La gran belleza", 142 minutos de Paolo Sorrentino [Nápoles 1970] "La gran belleza" habla de Roma, pero sobre todo habla del fracaso. De los sueños y del fracaso.  De ese fracaso íntimo que conduce a la nausea y a la parálisis, cuando los demás nos ven como un triunfador y nosotros nos descubrimos seres ruines, apáticos y desahuciados. La película es un gran fresco de una ciudad moribunda. Desde ese comienzo deslumbrante repleto de travellings que van y vienen de un monumento a otro, de la cara de un turista a una escultura, o que simplemente deja  que  la cámara se deslice por encima del agua de una fuente acariciándola como si fuese la piel de un deseo, pasando por corte a una fiesta nocturna  y hortera en una terraza con música de Raffaela Carrà y personajes grotescos exhibiendo sus miserias y apurando una lejana juventud perdida; hasta esos paseos del desencantado protagonista acompañado de una striper cuarentona igualmente desencantada por los palacios de la ciudad de la mano de un hombre de confianza de las dueñas. O esos nobles venidos a menos que se alquilan para cenas por horas o por noches. Estamos ante un fresco grandioso y desproporcionado. Algo más grande que la vida. Muy al estilo de Federico Fellini [Rimini 1920-Roma 1993]. No solo del Fellini de "La dolce Vita" [1960] sino también el Fellini de "Ocho y medio" [1963] o "Roma" [1972]. Un periodista, palacios, la noche, droga, imposturas, snobs, artistas de medio pelo y otros que ni siquiera soportan una mirada o saben explicar que es una vibración. Una monja que come raíces y duerme en el suelo. Una directora de periódico enana que parece sacada de la parada de los monstruos o de otra película de Fellini: La Strada [1954]. Una fauna pintoresca y deleznable. Son tantas las referencias. Y no digamos nada del besamanos a la monja que come raíces escenificado como  el desfile de diseños de modelos papales de "Roma" [1972]. Decadencia y caída. El hedor de una ciudad en descomposición y sin embargo bella y paralizante. Letal. Una ciudad donde la apariencia cuenta. Una ciudad de viejos y turistas. Esas princesas jugando a las cartas a la luz de las velas en sus lujosos palacios a oscuras.  La gran belleza tiene mucho de danza de la muerte, de ballet para espectros. La lucidez de su protagonista contrasta con el entorno donde todos juegan a engañarse. Como bien dice el seductor periodista y fracasado escritor: lo que más me gusta de nuestras congas es que no conducen a ninguna parte. Como todo gran fresco hay fragmentos que funcionan mejor que otros, pero el resultado final es tan brillante, a pesar de alguna imagen cursi sobre el gran amor juvenil del protagonista que merece la pena verla  no solo una vez sino un par de veces para captar todos sus detalles y  sentir cómo se ahonda ese poso de tristeza que queda al final.

1 comentario:

  1. estupenda película, de verdad hay que volver a verla para captar sus detalles. buena dirección y escenografía

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