Tenía contraída una deuda con Llucia Ramis. Hace años cuando gané el premio de Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, -era mi tercer o cuarto premio y dada su dotación económica y el prestigio tanto del Jurado que lo otorgó como de la institución convocante, pensé inocentemente que era hora de intentar que algún suplemento cultural o alguna revista especializada reseñase el poemario. De todos los correos electrónicos que envíe preguntando si estaban interesados en que les mandase un ejemplar de " Los días del tiempo", solo recibí dos o tres respuestas, una de ellas venía firmada por Llucia Ramis que en esa época debía trabajar en la revista Quimera. Supongo que era su trabajo, pero luego intercambiamos varios correos más sobre el asunto. La reseña no se publicó, pero recuerdo con agrado ese episodio. Por eso comienzo las vacaciones acabando de leer "Todo lo que una tarde murió con las bicicletas" [Libros del Asteroide, 2013] de Llucia Ramis. El titulo que proviene de un poema de Pere Gimferer es largo, la novela, desautorizada como autobiografía por la propia autora, no es demasiado larga. La tentación de interpretar la novela como autobiografía es grande. La voz narrativa del personaje principal en primera persona y algunas características laborales y de otro tipo inducen a caer en la tentación. No dudamos que la autora haya partido de de su entorno familiar para narrar esta crónica de una decadencia familiar y de un fracaso personal. Pero estamos ante una novela, ante una excelente novela sin argumento o casi sin argumento. La excusa para narrar es leve. La protagonista va y viene y, al albur de su memoria, engarza fragmentos breves sobre su entorno familiar: los padres, los hermanos, los primos y sobre todo los abuelos de ambas ramas, algún bisabuelo o bisabuela. Las relaciones no están exentas de puntos conflictivos y de tiranteces. Están las pequeñas manías de algunos personajes y los detalles significativos, que son los que demuestran que nos encontramos ante una excelente narradora con olfato para la observación. Y destaca sobre todo el ritmo pausado de lo que se nos cuenta. Un ritmo minimalista. Frase breves que pasan desapercibidas, pero que hilvanan un delicado tapiz sensorial y emocional. Entre el principio: Es blanca, de estilo francés.... y ese final que no lo parece: La abuela nos saluda con el brazo desde el balcón, hay muchas vidas que aparecen iluminadas apenas unos instantes por la palabra clarividente de Llucia Ramis. Con apenas un par de imágenes es capaz de definirnos y resumirnos como ha sido la vida incluso de los personajes secundarios como por ejemplo Blanquita. No digamos ya las del abuelo George o al abuela Agnes. La de Emma la madre. La de Colau, el padre. Estas falsas memorias desmemoriadamente precisas y rigurosamente inciertas en su certeza, entre el pudor y el cariño, son un ejercicio literario de primer orden. Dicho de otra forma, son la forma que posee el artista para transformar en materia narrativa su propia experiencia personal. Esta crónica es un retrato de familia en extenso, pero no detallado, sino detallista. No es un retrato en sepia ni al carboncillo. Llucia Ramis pinta como los impresionistas, pone una pincelada aquí y otra allá y al juntarlas, la vista recrea la sensación general. Me han gustado especialmente dos capítulos. "Crustillante" y "Houston". La lectura de esta novela/ no novela; biografía/ no biografía, de esta bionovela o novelografía es deliciosa en su delicadeza. Suponiendo que la literatura pueda ser deliciosa. No se pierdan el prólogo de ese inteligente poeta y diarista que es José Carlos Llop. Y desde luego, no se pierdan Todo lo que una tarde murió con las bicicletas.
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