Siempre he sentido fascinación por la distancia que separa al poeta del poema. Quiero
decir, que muchas veces he leído los poemas de un autor sin conocer su
imagen física y luego al buscar una imagen del autor para fijar el poema con el
poeta se han producido curiosas disonancias. Un ejemplo: T.S. Eliot y La tierra
baldía. Digo esto a raíz de la publicación y lectura del
segundo poemario de Manuel García Pérez [Orihuela, 1976] "Las exploraciones". Un poemario de tierra, fuego y agua que en algunos momentos corta la respiración
por su crudeza. [ La escritura que me pertenece
recuerda físicamente el cadáver, el cuerpo ungido para su
desaparición a causa de la enfermedad o la violencia...] Y de la afirmación de su crudeza nace el contraste
entre poesía y poeta. Porque Manuel da una imagen de hombre grande, bondadoso,
afable, paternal y sociable, que esconde dentro, si nos fiamos de la lectura de
sus poemas un mundo interior turbio, oscuro y ominoso. Si para algo sirve la
poesía es para exteriorizar nuestros demonios autodestructivos, para ser
nosotros mismos, aunque sea a través de una impostura perfectamente controlada.
Y ya se sabe que toda mentira es una verdad equivocada. Los apenas veintisiete
poemas divididos en cuatro bloques que conforman "Las exploraciones"
nos dan una visión aterradora del ser humano. Y esa visión está dentro del alma
del poeta que los ha soñado y escrito. Aunque en los poemas solo atisbemos las
grietas del dolor y la culpa que impregnan los versos. Leer "Las
exploraciones" es como contemplar la belleza de una ciénaga e intuir el
peligro que late tras esa belleza malsana. Es como atravesar una pesadilla
poblada de espectros. Así son los poemas que ha escrito Manuel García Pérez bellos como la manzana envenenada del cuento y con el agravante de
las larvas del gusano que anidan en su interior. Porque el tema central de este poemario es la Muerte. Sí, la Muerte con mayúsculas. Y todas sus derivadas:
la ausencia, el crimen, el asesinato, el mal, el hombre y su instinto animal. [ Asesinamos porque se aprende inmediatamente y parece puro ] El
asesinato y la pureza. El asesinato como una de las bellas artes. La poesía
como crimen. A pesar de las dos citas de Ernesto Sábato la primera impresión que he tenido nada más leer el poemario es que está profundamente emparentado con otro autor sudamericano: Juan Rulfo y El llano en llamas. El paisaje que describen estos poemas
narrativos donde las elipsis son tan importantes como los versos se asemeja mucho al paisaje
seco y árido de Comala y a su gente miserable y silenciosa. Es solo una impresión, pero yo
siempre me fío de las primeras impresiones. Este es un poemario de madres e
hijos [ A sus hijos arrastran las madres / hasta el río y los entregan. ] Un poemario donde [ los hijos que
respiran el polvo //... aborrecen a sus madres ] Un poemario donde nos encontramos con ausentes, perros,
mendigos, enmudecidos, hombres rudos, mujeres que esperan,
cazadores, misioneras, inocentes. Hay un tono fatalista, ritual y
premonitorio. [ El ejecutor / susurra antes del primer disparo. ] El
paisaje se transforma lentamente en una enfermedad. La tierra blanda exuda
oxido. La luz se gangrena en los olivos. En los calveros se sumergen yeguas
enfermas. Hay peces muertos en las orillas fangosas. Las casas están calcinadas
y los huertos expoliados. La luz nunca escapará de los bancales. En este
paisaje suceden los hechos, que como en todo poema que se precie, tienden más a
la oscuridad de los signos que a la claridad del mensaje. [ Los signos / residen ahora en
el barro, / son heridas frescas y vivas, / sangran en la luz. ] Una luz
de donde son extirpados los que anhelan contar las cicatrices. Todo el poemario remite a un espacio mítico y místico, a la culpa y a la condena que
anida en todo ser humano sea hombre o mujer. El lenguaje no sirve para otra
cosa que para cavar la fosa donde enterrar a los muertos, a los ahogados, a los
que son ofrecidos como ofrenda al tótem que levantaron los hombres dignos. [ La escritura es una forma de excavar...] Y en
"Las exploraciones" Manuel García Pérez con palabras precisas muy de la tierra en la que vive -
azadas, costal, bancales, calima, matorral, acequia, barrancos, aljibes, grama, agrillo, linde, estiércol,
larvas-, ha levantado un espacio poético donde como en todo buen poemario [ No queda otra cosa que lo oculto / y lo oculto es la espina.] Frente a tanta poesía del fulgor y la rosa, Manuel García elije la tiniebla y la espina; lo bello y lo siniestro.
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