sábado, 15 de octubre de 2016

LAS EXPLORACIONES MANUEL GARCÍA PÉREZ



Siempre he sentido fascinación por la distancia que separa al poeta del poema. Quiero decir, que muchas veces he leído los poemas de un  autor sin conocer su imagen física y luego al buscar una imagen del autor para fijar el poema con el poeta se han producido curiosas disonancias. Un ejemplo: T.S. Eliot y La tierra baldía.  Digo esto a raíz de la  publicación y  lectura del segundo poemario de Manuel García Pérez [Orihuela, 1976] "Las exploraciones". Un poemario de tierra, fuego y agua que en algunos momentos corta la respiración por su crudeza. [ La escritura que me pertenece recuerda físicamente el cadáver, el cuerpo ungido para su desaparición a causa de la enfermedad o la violencia...] Y de la afirmación de su crudeza nace el contraste entre poesía y poeta. Porque Manuel da una imagen de hombre grande, bondadoso, afable, paternal y sociable, que esconde dentro, si nos fiamos de la lectura de sus poemas un mundo interior turbio, oscuro y ominoso. Si para algo sirve la poesía es para exteriorizar nuestros demonios autodestructivos, para ser nosotros mismos, aunque sea a través de una impostura perfectamente controlada. Y ya se sabe que toda mentira es una verdad equivocada. Los apenas veintisiete poemas divididos en cuatro bloques que conforman "Las exploraciones" nos dan una visión aterradora del ser humano. Y esa visión está dentro del alma del poeta que los ha soñado y escrito. Aunque en los poemas solo atisbemos las grietas del dolor y la culpa que impregnan los versos. Leer "Las exploraciones" es como contemplar la belleza de una ciénaga e intuir el peligro que late tras esa belleza malsana. Es como atravesar una pesadilla poblada de espectros. Así son los poemas que ha escrito Manuel García Pérez bellos como la manzana envenenada del cuento y con el agravante de las larvas del gusano que anidan en su interior. Porque el tema central de este poemario es la Muerte. Sí, la Muerte con mayúsculas. Y todas sus derivadas: la ausencia, el crimen, el asesinato, el mal, el hombre y su instinto animal. [ Asesinamos porque se aprende inmediatamente  y parece puro ] El asesinato y la pureza. El asesinato como una de las bellas artes. La poesía como crimen. A pesar de las dos citas de Ernesto Sábato la primera impresión que he tenido nada más leer el poemario es que está profundamente emparentado con otro autor sudamericano: Juan Rulfo y El llano en llamas. El paisaje que describen estos poemas narrativos donde las elipsis son tan importantes como los versos se asemeja mucho al paisaje  seco y árido de Comala y a su gente miserable y silenciosa. Es solo una impresión, pero yo siempre me fío de las primeras impresiones. Este es un poemario  de madres e hijos [ A sus hijos arrastran las madres / hasta el río y los entregan. ] Un poemario donde  [ los hijos que respiran el polvo //... aborrecen a sus madres ] Un poemario donde nos encontramos con  ausentes,  perros,  mendigos, enmudecidos, hombres rudos,  mujeres que esperan,  cazadores, misioneras,  inocentes. Hay un tono fatalista, ritual y premonitorio. [ El ejecutor / susurra antes del primer disparo. ] El paisaje se transforma lentamente en una enfermedad. La tierra blanda exuda oxido. La luz se gangrena en los olivos. En los calveros se sumergen yeguas enfermas. Hay peces muertos en las orillas fangosas. Las casas están calcinadas y los huertos expoliados. La luz nunca escapará de los bancales. En este paisaje suceden los hechos, que como en todo poema que se precie, tienden más a la oscuridad de los signos que a la claridad del mensaje. [ Los signos / residen ahora en el barro, / son heridas frescas y vivas, / sangran en la luz. ] Una luz de donde son extirpados los que anhelan contar las cicatrices. Todo el poemario remite a un espacio mítico y místico, a la culpa y a la condena que anida en todo ser humano sea hombre o mujer. El lenguaje no sirve para otra cosa que para cavar la fosa donde enterrar a los muertos, a los ahogados, a los que son ofrecidos como ofrenda al tótem que levantaron los hombres dignos. [ La escritura es una forma de excavar...] Y en "Las exploraciones" Manuel García Pérez   con palabras precisas muy de la tierra en la que vive - azadas, costal, bancales, calima, matorral, acequia, barrancos, aljibes, grama, agrillo, linde, estiércol, larvas-, ha levantado un espacio poético donde como en todo buen poemario [ No queda otra cosa que lo oculto / y lo oculto es la espina.] Frente a tanta poesía del fulgor y la rosa, Manuel García elije la tiniebla y la espina; lo bello y lo siniestro.

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