Qué absurda idea la de traducir los títulos de las películas cuando nos viene bien y no traducirlos cuando nos viene mal o queremos confundir la personal. La mayor parte de las películas de Terence Davies se han estrenado con los títulos sin traducir. Es un cineasta minoritario y exquisito, a quién le importa cómo se titulen sus películas o si se estrenan con el titulo traducido o no. Los fieles a Davies irán a verlas igual, lo que no conocen a director pasaran de largo. Pero esta vez han decidido traducir "A Quiet Passion" el fascinante biopic y drama sobre la poeta Emily Dickinson por "Historia de una pasión", a ver si se confunde por ejemplo con "Diario de una pasión" y el público poco atento y despistado acude al cine en masa a verla. Lo cierto es que "A Quiet Passion", me niego a traducir el título, es un espectáculo cinematográfico que solo gustará a los amantes de la poeta nacida y muerta en Amherst y a fieles seguidores de Davies. Davies Es lo que se dice un director con estilo y lo aplica a cualquier obra que filme. Si había dos personajes destinados a encontrarse estos eran Emily Dickinson [Amherst 1830-1856] y Terence Davies [Kensington, 1945] Una poeta apasionada y silenciosa y un cineasta lento y puntilloso que apenas ha rodado media docena de películas en 30 años, desde "Distance Voices" [1987] pasando por The Long Day Closes [1992] y The Deep Blue Sea [2011] a la que nos ocupa. Aquí el estilo moroso y estático se adapta a la perfección al personaje. Planos frontales, sin apenas movimientos de cámara - cuando los hay son suntuosos y significativos-, interiores iluminados como si fuesen cuadros de época, rigor y severidad, diálogos, en cambio, brillantes y afilados, casi aforismos, poemas recitados en momentos puntuales, canciones -norma de la casa-, y algunas secuencias de estremecedora belleza y brutalidad. La muerte de la madre, el ataque que sufre la poeta al comienzo de su enfermedad, esos planos donde los protagonistas envejecen delante de la cámara mientas son fotografiados. Uno no ha vivido en el siglo XIX, pero al ver "A Quiet Passion" puede sentir lo terrible que fue esa época incluso para un personaje de clase media como era Emily Dickinson. Davies no nos la presenta como una feminista avant la lettre - se agradece-, sino que la singulariza como un personaje que posiblemente hubiese sido igual de incómodo actualmente. La persona que conoce su valía, aunque a veces dude, y se niega a claudicar ante la sociedad que intenta anularla. Dickinson prefirió ser poeta, o sea, la esencia de su ser, lo que la salvaba de la rutina y la vulgaridad de una vida "como debe ser", a convertirse en una madre y esposa atada a un hombre. No renunció a nada porque su mundo interior era todo su mundo. Uno puede vivir dentro de uno mismo y alcanzar la plenitud. Uno solo debe elegir el espacio del mundo donde desea ser uno mismo. Entonces renunciar a todo lo demás es fácil. Y eso lo capta muy bien Terence Davies. Como capta muy bien los matices de la relación de la protagonista con sus padres y con sus hermano; unas relaciones repletas de matices. Hay mucho de Bergman en determinados instantes de "A Quiet Passion" y también de Carl Theodor Dreyer. Y luego está la luz, la importancia de la religión aunque la poeta no pisase una iglesia, y la música: Beethoven, Shubert, Bellini, Chopin, y Cynthia Nixon y esas respuestas como que nadie es quien para poner las manos sobre el poema de un poeta salvo el propio poeta y los poemas de Dickinson recitados como contrapunto en determinadas escenas que las amplían hasta concederles una trascendía espiritual que no tendrían sin los versos que las puntean. Yo he pasado dos horas en el siglo XIX, encerrado entre los muros de la vida que fue todas las vida. Como escribió la poeta: "Morir no duele mucho: nos duele más la vida." El único inconveniente que no la pude ver en versión original. Cosas de vivir en provincias.
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