Hay estrenos de películas que nos hacen añorar el pasado. El estreno de Ben Hur dirigida por Timur Bekmanbetov es uno de ellos. Acudí ayer arrastrado de buen grado o podría decir que arrastrado contra mi propia voluntad por unos amigos, si tales términos son posibles fuera del ámbito poético, a ver la nueva versión de Ben Hur protagonizada por Jack Huston y Toby Kebbell a pesar de la críticas devastadoras que había leído. Creo que ya fui predispuesto a lo peor y contraprogramado. Se trataba de experimentar en propia carne que los críticos cinematográficos sirven para algo. Como los políticos. Cosa que a veces uno duda. Pero esta vez las críticas negativas acertaban al cien por cien. Ben Hur 2016 es un pálido, muy pálido, remake del Ben Hur interpretado por Charlton Heston y Stephen Boyd y dirigido en 1959 por William Wyler. No hay color. Y es que W. Wyler es mucho Wyler, a pesar de que Ben Hur no es mi película favorita del director estadounidense. Muy por delante están Jezabel [19348], La carta [1940], La Loba [1941], La heredera [1949], La calumnia [1961], El coleccionista [1965] y si me lo propongo hasta Funny Girl [1969]. Y es que William Wyler sabía bien cómo contar unas historia en imágenes. La versión de Ben Hur 2016 solo pretende darnos gato por liebre, o como afirma una reseña vendernos unos muebles de Ikea como si fuesen un mueble diseñado por Mies Van der Rohe. Se ha adecuado la edad de los protagonistas a la de los posibles espectadores actuales del cine, se les han remozados los trajes para que estén más aparentes y el look para esta lucha de odio entre hermanos, metáfora del odio entre dos pueblos, entre conquistados y conquistadores, tan actual lo sea aún más, pero claro, solo se ha actuado a nivel de maquillaje, nada sobre el fondo de la historia, sobre el nacimiento del critianismo y de la religión cristiana como opio del pueblo que vende el mensaje del amor y que por eso mismo disuelve y anula el miedo que intenta imponer el poder, mucho antes de que la Iglesia y el Poder se aliaran para someter al hombre. De todo eso en el Ben Hur 2016 queda poco, menos, nada. La famosa carrera de cuádrigas deviene aburrida hasta la nausea. La milagrosa curación de la madre y la hermana del protagonista adquieren tintes ridículos en esta versión, cuando en la versión de Wyler tenía una fuerza telúrica espectacular. La primera parte de le película en casa de la familia de Judá se puede soportar porque todavía se atiene en lineas generales al guión de la película de 1959, pero conforme avanza la película los pequeños cambios introducidos en lugar de mejorar el producto, pues de un producto hablamos, lo empeoran. Y uno se pregunta qué necesidad hay de realizar un remake de una gran película para que el resultado a pesar de todos los avances técnicos no mejoren el original y nos hagan añorarlo. Desde luego a Morgan Freeman nunca le darán un Oscar a actor secundario en el papel de mercader africano, Oscar que sí obtuvo Hugh Griffith por el mismo papel en la versión de 1959. Quizás el único plano que merezca la pena, el único fotograma vivo en toda la película, es el plano del actor Rodrigo Santoro crucificado, un instante de realismo y carnalidad completamente ajeno al resto de la película. Y no digamos ya nada de los delirantes planos finales de la película con la familia reconciliándose como si aquí no hubiese pasado nada y que parecen financiados por algún partido o asociación ultra de apoyo a la familia tradicional. No es que Ben Hur 2016 sea una película bidimensional. Es que es plana, aburrida y tendenciosa. Y si nos ponemos no solo se ven los clavos de Cristo, sino incluso, como diría un amigo mío, los clavos de este falso decorado de cartón piedra. Y es que para contar una historia más grande que la vida quizás sean necesarios más de 126 minutos, quizás se necesiten 212 minutos y el inmenso talento de William Wyler.
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