domingo, 18 de septiembre de 2016

CUERPO Y ALMA.


                                                  Para Sara  y Carmen
Vivimos en un país de mediocres y de cobardes. Y eso se refiere tanto a los empresarios y emprendedores como a los políticos y a otros muchos ámbitos, incluidos los literarios. Así nos va. He dudado mucho sobre como titular este post. Pensaba titularlo La mediocridad de los emprendedores. Luego opté por centrarme en las víctimas y titularlo El factor humano, pero al final me he decantado por un título más genérico, por una metáfora más abierta y se ha quedado en Cuerpo y alma. Es un post difícilmente comprensible para quien no habite en la ciudad de Alicante y conozca su  paupérrima vida cultural y la escasez de locales donde comprar libros y hacer presentaciones. Eso que vulgarmente se denomina librería, establecimiento comercial cuyo principal producto a la venta son los libros. Claro que una librería no es solo el local físico donde se ubica, por muy hermoso que sea el local y por excelente que sea la cantidad de libros que posea. No, una librería es algo más que eso, mucho más que eso; infinitamente más. Es como los castillos encantados. Qué distingue a un castillo de un castillo encantado. Pues el fantasma que lo habita. Si deshacemos el encantamiento, el castillo encantado se queda en simple castillo. Un castillo más. Uno más.  Es como lo del rey desnudo. Un rey desnudo deja de ser un rey para convertirse en un  simple ser humano. Y de repente nos hemos encontrado con la desagradable sorpresa de que una librería que significaba mucho para muchas personas que acudían a ella no por ser un local vistoso, razonable y acogedor del lugar  sino por la calidad humana, la bondad, la sabiduría personal, la belleza interior, los consejos, el esfuerzo, enorme esfuerzo, pues se pasaban media vida allí, el detalle en la atención, la familiaridad en el trato y esa calidez íntima e intransferible que hace que una persona deje de ser un  vendedor profesional de libros o de lo que sea, aunque en el fondo lo siga siendo, pues vive de eso, para convertirse en un amigo, en un confidente, en tu psicólogo de urgencia. Todo eso se ha perdido y nos sentimos huérfanos y profundamente afectados en lo personal. No, la amistad no la perderemos. La amistad cuando surge del amor a los libros y a la literatura es para siempre o no es. Y alguien dirá que un empresario puede despedir a sus empleados, ya que la empresa es suya, y aquí paz y gloria. Sucede todos los días y seguirá sucediendo. Pero las formas importan. Las formas importan porque son la base de la civilización. Y por supuesto que un empresario al que le vayan bien los negocios en el sector de la cría de ganado porcino y que siente debilidad por el alcohol y los cócteles, por ejemplo, está en todo su derecho de montar una coctelera y poner al frente de ella a quien desee y despedirlo cuando le parezca. Y también es posible que un empresario pudiente que se dedique a la cría de avestruces o al cultivo intensivo de brócoli, por poner otro ejemplo, sea un amante de la literatura y monte una librería y le ponga el nombre de su escritor favorito y coloque al frente de ella a quien le venga en gana y lo despida cuando le de la gana. Faltaría más. La empresa es suya. Como los escaños de los senadores.  Y perdón por la salida de tono. Pero lo que no es de recibo es mandar a tus empleados de vacaciones y cuando todavía no han terminado de aterrizar, despedirlos con quince días de aviso y comunicarles el despido por email.  A eso es a lo que yo llamo ser un empresario mediocre y cobarde. Claro que en este caso mucho me temo que en el pecado lleva la penitencia. Y que no ha perdido solo dos empleados modélicos que se dejaban la piel por el negocio sino un sinfín de clientes que pasaban por la librería para saludar, conversar un rato, ver las últimas novedades, encargar algún libro poco accesible y sentir que estaban en una librería y no en un antro con libros donde unos empleados impersonales y anónimos les manufacturaban el libro de moda. Todo eso se ha perdido. Se ha perdido la magia, pero quedan la amistad y los vínculos. Al empresario que le vaya bonito si es posible, porque no es cuestión de perder puntos de lectura y cultura, y quizás haya otros compradores y lectores que hagan suya la librería, aunque nos temamos lo peor. Algunos hemos decidido exiliarnos y no volver a pisar, ese lugar donde durante un tiempo fuimos felices, muy felices. No por el lugar en sí sino por su habitantes.Un poeta escribió que es mejor no volver a los lugares donde se ha sido feliz. Buscaremos otras islas. Y es que como los castillos encantados cuando pierden a su fantasma, una librería que pierde su alma, acaba convertida en un simple cuerpo inerte. Y el alma de aquel paraíso de papel y poesía era un alma doble. Ya sin alma, queda el cadáver.

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