Tanto en la vida como en el arte, el triángulo es la forma geométrica perfecta. Sus variantes admiten todo tipo de interpretaciones líricas, emocionales o mentales. Patricia Higshsmith [ Forth Wort, 1921 - Locarno 1995] fue una consumada maestra en amargarse la vida, viviendo a su manera, y en el arte de los triángulos aplicados a la novela de suspense donde cada mirada y cada palabra y cada silencio es una vuelta de tuerca. Aplicaba la psicología tortuosa y clínica del alma torturada. La única que cabe aplicar al ser humano por muy encantador y equilibrado que éste nos parezca. Las dos caras de enero, es un a novela de 1961. No la he leído, aunque soy eso que se llama vulgarmente un empedernido lector de novelas policíacas y aunque durante unos años leía a la Higshsmith como si fuese la Biblia, ni llegó a mis manos. Sin haberla leído y a pesar de saber que se ha respetado en lo esencial la trama de la novela, "Las dos caras de enero", la película de Hossein Amini [Irán, 1966] no termina de ser la película que se merecía la autora del texto original. Se intuye entre las grietas del celuloide. Y la verdad es que no sé la razón. La química entre los actores funciona y existe cierta ambigüedad emocional al principio, pero en un momento dado se pierde, de diluye. Esa fascinación/ decepción en la relación padre hijo que pespuntea alguno de los mejores momentos debería haber sido la tónica general de la película, pero no sucede así y se recrea más en la superficie atormentada de los personajes que en el interior culpable de una relación a tres bandas donde cada cual tiene sus razones, casi todas egoístas, hipócritas y humanas. Los malvados de la Higshsmith siempre son fascinantes porque su maldad está completamente matizada. Un ladrón es el que atraca un banco, pero también el niño que le roba diez euros a su madre. El niño de los 10 euros acabará siendo el ladrón de bancos. Tan ladrón es Viggo Mortensen, estafando a su clientes con inversiones fraudulentas, como Oscar Isaac, timando a los turistas en el cambio en sus compras de souvenirs. La ambigüedad del mal a pequeña escala. Lo malo es que uno mientras ve la película piensa en qué hubieran hecho otros directores con secuencias como la de la muerte del detective privado en el baño o el largo paseo de Viggo Mortensen por los pasillos del hotel con el cadáver del detective o la del intento de asesinato del guía turístico en las ruinas o toda la secuencia final de la persecución en Estambul. La corrección es la norma, pero falta ese plus que hubiera dado a "Las dos caras de enero" categoría de película de culto para los amantes de las adaptaciones cinematográficas de las novelas de esa gran pesimista existencial que fue Patricia Higshsmith.
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