Confieso que "La misma ciudad" [Anagrama, 2013] es la primera novela de Luisgé Martín que he leído. Mea Culpa. Ya he escrito en otras ocasiones que no soy un gran lector de novela, actualmente, quizás por falta de tiempo. Lo fui en mi juventud, pero no ahora. Solo queda seleccionar. "La misma ciudad" ha sido una gran elección. Dicho queda. No he leído las novelas anteriores de Luisgé Martín, pero sí, sus dos libros de relatos "Los oscuros" [1989] y "El alma del erizo" [2002] ambos en Alfaguara. Incluso leí ese libro mixto y fronterizo que es "Amante del sexo busca pareja morbosa" [Temas de hoy, 2002]. Pero volvamos a "La misma ciudad". Una novela breve con una historia intensa, dramática y sublime, según se mire. Uno se pregunta que hubieran hecho otros escritores con esta historia de Brando Moy, que entremezcla la crisis de los cuarenta, el 11 de septiembre de 2001 y la caída de las Torres Gemelas, la infelicidad de una vida -con mujer, Adriana, e hijo, Brent, y trabajo estable y bien remunerado- demasiado feliz para ser cierta, un saxofón y una colección de jazz, la necesidad o la falsa necesidad de cumplir la ilusiones y deseos que una vez tuvimos [montar en globo aerostático, hacer submarinismo, estudiar antropología, viajar a Europa, asistir a una corrida de toros, participar en carreras automovilísticas, tener una relación homosexual, tomar drogas alucinógenas, navegar por alta mar, recibir lecciones de piano, practicar esgrima y aprender a bailar el tango, la samba y el foxtrot], la búsqueda irrecuperable de las oportunidades perdidas, alusiones a una historia sucedida en el Chile de Pinochet, un poema de Cavafis que da titulo a la novela, el sexo compulsivo, el escritor Paul Auster, solitarias señoras de cierta edad anhelantes de cariño y sexo, el hombre como animal autodestructivo y la rutina como un veneno que nos paraliza y nos envejece. Podrían ser quinientas páginas, pero a Luisgé Martín le han salido 131 páginas de letra clara y concisa. La novela comienza como una reflexión [A los cuarenta años, en suma, la felicidad se convierte en un asunto que concierne solamente a los demás] y luego se transforma en una novela de carretera, itinerante. Pasamos del skyline de Manhattan a Bostón [donde la vida es una refutación de sí misma]. Y después, la huida a Colombia y el paso del protaqgonista por Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, México, España, Italia. Luisgé Martín propone un itinerario que más que una fuga es una reconciliación del personaje protagonista consigo mismo; una constaqtaciones del fracaso vital. El poema de Cavafis ya nos adelanta que por mucho que escapemos de nuestros errores estos irán con nosotros donde quiera que vayamos. La novela añade demás, ciertos matices. No hay más paraísos que los perdidos. Y existe una edad para cada cosa. Cuando nos equivocamos es para siempre. Y las segundas oportunidades son una falacia. Brando Moy que aprovecha los atentados del 11 S para fingir su muerte antes su mujer y su hijo[ porque un abandono es una traición, pero una muerte, en cambio, no lo es] y transformarse en Albert Tracy, cumple la mayoría de las ilusiones y deseos que una vez tuvo, pero sin embargo no es feliz ni mejor persona ni se siente realizado. Es un hombre sombrío y extraviado, en palabras del narrador. Y es que siempre deseamos lo que no tenemos, añoramos lo que hubiéramos podido ser, y nos gustaría estar donde están los otros. Pero una vez que estamos allí, nos invade la nostalgia de la pérdida. No podemos cambiar lo que somos. No podemos dejar de ser quienes somos incluso si no nos gusta ser quienes somos ni de volver al punto de partida. Puede que Adriana, como Penélope, aguarde pacientemente a que Brando Moy, como Ulises regrese para contarle todas sus aventuras, ésas que caben en el corazón de un hombre que ha saltado al vacío desde los alto de un edificio de cien plantas. No sé ustedes, pero "La misma ciudad" es una de esas novelas que uno tiene que leer y releer cada cierto tiempo porque radiografía la insatisfacción emocional inherente a todo ser humano y aunque no nos salve de nada nos salva de nosotros mismos y de la rutina del vivir.
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