Me quedó un buen sabor de boca del anterior libro de relatos de Eider Rodríguez [Rentería,. 1979] titulado contundentemente "Carne" [2009, 451 Editores] Me quedó tan buen sabor de boca que he decidido repetir menú. Esta vez con "Un montón de gatos" [2012, Caballo de Troya] Si en "Carne" la autora realizaba una autopsia descarnada de las debilidades e insuficiencias emocionales de unos personajes actuales y reconocibles, nada extraordinarios, sino más bien gente ordinaria, de a píe, con problemas de a píe y sueños de andar por casa, en su nuevo libro de relatos ahonda y profundiza en lo que entonces mostraba con certera precisión. Eider Rodríguez tiene ojo clínico y coloca la lupa de su mirada sobre las debilidades del ser humano corriente, sobre la mezquindad de esos animales domésticos llamados seres humanos y sobre la reiteración de comportamientos emocionales frustrados, frustrantes o al borde del abismo. De catorce relatos pasamos a ocho.Y esta vez parece que la autora ha realizado la autopsia con una navaja barbera o con un cuchillo de carnicero en lugar de con un escalpelo o un bisturí. Sea navaja o cuchillo, con ambos se maneja muy bien y da los tajos donde tiene que darlos. Sea con navaja o con cuchillo a perpetrado -verbo que considero positivo y nada aleccionador-, ocho refinadas y notables disecciones quirúrgicas sobre la mediocridad existencial de unos personajes atrapados entre la realidad y el deseo; entre su realidad y sus deseos. La vida en pareja puede ser un infierno si la pareja no sabe muy bien a qué atenerse porque no encuentra los límites exactos de su propia definición de pareja. Esto nos los propone "Sed". Donde una pareja se despelleja verbalmente. Los personajes de Eider Rodríguez soportan difícilmente la verdad de sus vidas. Y es que la verdad no nos hace libres. La verdad nos torna insoportables para nosotros mismos y para los demás. El entorno de los personajes suele ser un entorno de carencias, de desafecciones, de grietas entre lo que sienten y lo que anhelan, entre lo que quisieran y lo que poseen. Hay un baremo metafísico del fracaso en estos relatos. Hay una gradación del desgaste emocional que conlleva vivir día a día y de la devaluación que presupone que seamos animales finitos con un final predecible. Hay una tesis que se dice entre líneas. Se nos habla de la imposibilidad de cambiar, estamos condenados a tener los mismos defectos y carencias que teníamos a los diez años. No mejoramos con la edad, empeoramos. Perdemos valor de mercado. Nos transformamos en mercancías averiadas. Y la autora puede simbolizar esta idea en un relato tan perturbador como "La muela". Viajamos hacía el desencuentro. Las medias distancias no son posibles y si los son, son casi insoportables. Como la verdad. La vida es dura, la mediocridad la norma. El orden de lo ordinario es lo que reflejan estos relatos que hablan casi sin levantar la voz de asuntos profundos y perturbadores. Así sin levantar la voz. Y nosotros tenemos que acercarnos a ellos como si nos acercásemos a un felino peligroso. Un gato solo no suele ser un problema grave, un montón de gatos sí que suele ser un problema. Ronronean con falsa suavidad antes de lanzarnos el zarpazo hiriente y arañarnos la piel de la conciencia.
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