El titulo de esta entrada no se refiere a la vieja y querida película de Jim Jarmusch "Vacaciones Permanentes" [1980] que vi hace muchos años y de la cual guardo un excelente recuerdo. No. Tampoco es una referencia irónica y cruel a la actualidad social a la que nos han abocado políticos trepas y banqueros avariciosos. No, "Vacaciones permanentes" es el título de un libro de relatos de Liliana Colanzi [Santa Cruz de Bolivia, 1981] publicado en 2010 y que ahora edita en España Tropo Editores. ¿A quién no le gustaría ser publicado en esta editorial, cuidadosa y exigente? Le ha tocado a Liliana Colanzi, que es boliviana, pero podría ser de aquí, la vecina observadora de la puerta de al lado, o de cualquier parte, porque lo que nos cuentan sus relatos es de aquí y de cualquier parte del mundo, universal por particular y particular por universal. Colanzi es una chica lista. La editorial nos la vende como una escritora sencilla, hipnótica y vertiginosa. Vertiginoso me parece un adjetivo adecuado para los escotes, pero no para los escritores. A no ser que se dediquen a escribir libros de viaje sobre alpinismo. Y desde luego Colanzi es cualquier cosa menos sencilla, por lo menos a la hora de escribir. La sencillez no es un estado del alma, es una figura de estilo que se logra con esfuerzo. "Vacaciones permanentes" es un libro de relatos que parece escrito sin esfuerzo y sin embargo esconde una claridad engañosa. Es un libro de relatos, pero podría ser una novela breve; o lo contrario. O ninguna de las dos cosas. De un capítulo a otro, de un relato a otro, hay que leer entre líneas. Leer entre líneas es un arte. La protagonista de la mayor parte de los seis relatos es Analía. Analía crece y al crecer le crecen los enanos, perdón, los problemas. Los enanos le crecían a Blancanieves. Colanzi nos habla de la familia. Esa familia que tenemos todos en suerte. Una de esas familias de la que se habla al comienzo de "Ana Karenina": Todas las familias felices se parecen...etc. Para los adolescentes no hay familias felices. Liliana es una chica aplicada, además de lista. Admira a Fogwill y a Bolaño, pero no le importa entrar a saco en Flanery O´connor, Natalia Ginburg, Salinger o Sherwood Anderson. Todos tenemos un lado oscuro, incluso los escritores sencillos, hipnóticos y vertiginosos. En los relatos de Colanzi hay algo de elegía y mucho de despedida de una edad difícil que exige sacrificios permanentes, como las vacaciones, éstas sí irónicas, a las que alude uno de los relatos más crudos del libro. La crudeza de lo que se relata no está exenta de honda ternura y humor. Los monstruos familiares siempre quedan grotescos cuando les acercamos la lupa. El mundo es un lugar confuso, sea en Bolivia, Inglaterra o Tallin. Lo que nos cuentan los fascinantes relatos de Liliana Colanzi se puede contar de muchas maneras, pero ella ha encontrado la manera de contarlo de la única manera posible para no parecerse a nadie. Y eso es un gran mérito.
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