En algún momento del presente siglo conocí a Ismael Grasa [Huesca, 1968] Quizás en alguna lectura organizada por el Museo Ramón Gaya. En algún momento, leí "Días de China" [1996]. guardo un grato recuerdo de aquella novela, especialmente de su sentido del humor. Un humor frío, distante, sardónico y mordaz. Rescato ahora de mi mesita de noche una novela que ha esperado demasiado tiempo su momento: "La tercera Guerra Mundial" [Anagrama, 2002]. Mejor tarde que nunca. La he disfrutado despacio. La he leído a plazos que es como merece leerse una novela corta, minimalista. Es una novela sobre un tiempo de incertidumbres que yo también viví: los primeros tiempos de la democracia española; sobre sus ritos y sus rutinas. El autor acota el tiempo a través de la introducción en el texto de hechos relevantes del momento histórico. Es una novela en pretérito imperfecto. Salen los guardaespaldas de Reagan, el presentador del programa "Bla, bla, bla", la familia de Jimmy Carter visitando el Museo del prado, los Somoza de Nicaragua, el teniente Colombo, los suicidas de la Guayana, los Reyes de España caminando por la Muralla China, la madre Teresa de Calcuta, Tip y Coll, Julio Iglesias y, también, salen los Pigmeos del Zaire que no salían en las diapositivas que ponía el misionero que ponía diapositivas sobre las misiones en África. Se nombran también muchas películas "Patton", "Grease", "Coge el dinero y corre", "El síndrome de China", "Kramer contra Kramer" y la serie "Holocausto". A pesar de todo "La Tercera Guerra Mundial" se lee sin nostalgia, sin falsa nostalgia. El panorama es desolador. El retrato de aquellos tiempos, levantado sobre la vida cotidiana de una familia de la época, presenta una España que no parece tan lejana a esta España de hoy, a pesar de que muchos adolescentes de hoy que pudieran leer esta novela podrían pensar que sucede en la prehistoria y en otro país. Tranquilos, pocos adolescentes de hoy se acercarán a "La tercera Guerra Mundial". La mayoría sería incapaz de leer un prospecto de aspirinas. A algunos les vendría bien leer la novela y el prospecto. Sólo conociendo de dónde venimos sabremos a dónde vamos. Así nos va. "La tercera Guerra Mundial" es la radiografía clarividente de un tiempo equivocado, de un pasado imperfecto que nos ha traído a un presente igualmente imperfecto.
Para mí, la peor secuela de la dictadura han sido los maestros y profesores y los psiquiatras. Los primeros nos han querido impartir el conocimiento como si fuera una prolongación de su voluntad personal de dominio prepotente sobre el alumno, los segundos han considerado al enfermo mental un individuo imperfecto inferior en la jerarquía humana a los seres con inteligencia, entre los que, para ellos, estaban o están (porque aún hay psiquiatras así) ellos mismos. Me gustaría, respecto a este segundo caso, que leyera mi parodia sarcástica del psiquiatra sin humanidad alguna y de mente febril que será publicado dentro de unos meses en mi blog La Casa Agramatical.
ResponderEliminarEL DOCTOR BAUMFSTRAGEN:
Los locos peligrosos del psiquiátrico berreaban hambrientos en sus celdas, al paso del presidente de la Asociación Bávara de Enfermos Mentales, que llegaba de la mano del director del centro, ambos con sus pulcras y blancas batas, con el propósito de estudiar el estado de uno de los pacientes, extremadamente violento pero que había entrado en una extraña fase pacífica.
-Eminentísimo doctor Baumftragen, preferiría que no entrásemos en la celda -dijo el director-, mejor sería interrogarle desde afuera y, si insiste en no hablar, le atizaremos con su bastón... -y añadió algo azorado al darse cuenta de que el bastón del doctor tenía un baño de oro-. Discúlpeme, doctor, siempre contando con su beneplácito.
-Por supuesto que sí, Güldenstein, le doy mi permiso para que, si esa bestia no habla, le pegue un golpe con mi bastón.
Una vez junto a la celda del paciente, mirándole a través de los barrotes, pudieron comprobar que estaba relajadamente sentado en el taburete, justo la actitud que recomendaba el centro para que no deshicieran los pacientes la cama, y que exhibía en su rostro una sonrisa plácida y hasta se podría decir que agradable.
Herr Baumftragen carraspeó dando un sobo a su barba para componérsela mejor y, con maneras y entonación estudiadamente cordiales, dijo:
-Mi querido amigo Hans, muy buenos días, soy el doctor Baumftragen. ¿Cómo te encuentras esta mañana?¿Bien?
Hans amplió su sonrisa desde el otro lado de los barrotes al oír a herr Baumftragen y contestó con mucha cordialidad en sus gestos:
-Estoy muy enfadado, muchas gracias, herr Baumftragen.
Baumftragen volvió su rostro hacia el director y con la mirada brillándole le dijo en voz baja, para que el paciente no le oyera:
-Cincuenta miligramos de Viscozepam cuatro veces al día y, si no responde... -y se paró un segundo para saludar a Hans a ver cómo reaccionaba y tras comprobar que le devolvía amigablemente el saludo continuó- si no responde, le dices que te has tirado a la golfa de su hija. No podemos quedarnos sin una cobaya para nuestro medicamento contra la agresividad. ¿Está completamente seguro de no haberle suministrado ya la primera dosis del tranquilizante?
Herr Güldenstein dijo que sí con la cabeza.
-Estamos perdidos, Güldenstein. ¡Ya no tienen sangre en las venas ni los locos!