Comienzo
esta reseña con una cita de Alberto Fuguet porque me parece muy pertinente
cuando nos acercamos a una primera novela de una autor desconocido: Lo
importante es por qué vale la pena leer una historia, sobre todo si el tema o
la persona no son célebres. Uno lee al final para saber por qué el autor se
interesó o le importó tanto la historia como para contarla por escrito...lo que
realmente produce la química, la conexión, es la curiosidad -la obsesión-, del
autor con el tema que se ha atrevido a enfrentar”. Leonardo Cano, Murcia,
cosecha de 1977, es según la solapa de su primera novela Licenciado en Derecho
y Máster en Teoría de la Literatura y Literatura comprada Europea y ha sido
además abogado, guionista, creativo de publicidad y crítico gastronómico, entre
otros menesteres. Se puede afirmar que es también un agudo observador de la
realidad social que le rodea y un consumado maestro de la ironía y del
sarcasmo. Con este bagaje ha dado el salto a la novela. Una novela ambiciosa de
la que sale bastante bien parado según vemos por los comentarios que se han ido
publicando en diversos medios y por diversos autores. En La Vanguardia: “constituye
una radiografía de los anhelos desbaratados de una generación –las de los
ochenta-, que creció con la idea de que el mundo era suyo”. En Artes y Letras,
por Joaquín Juan Penalva: “esta novela se perfila como uno de los títulos de
narrativa del año…y nos confirma que estamos ante el retrato de una generación
a la que le han robado el futuro, ante una relato iniciático, ante una novela
de aprendizaje, sobre una generación nacida en la transición y a la que le
habían prometido un mundo mejor y más justo y ha acabado encontrándose con la precariedad más absoluta”. En el
suplemento cultural del Mundo, Matías Niéspolo: una deslumbrante ópera prima de
una inusitada profundidad y que se balancea entre la furia y el lirismo, entre
el humor y la tragedia”. En Culturamas, Pedro Pujante se refiere a esta novela
como: “Manual sobre el fracaso en tres tomos, obra vigorosa y adictiva y
escrita con pulso de orfebre, con una
trama en su conjunto deliberadamente
banal, que es como un espejo donde al mirarnos descubrimos el reflejo sucio de
la frustración, de los anhelos quebrados, del desconsuelo y de la derrota. Pues
eso, una novela intensa que reconstruye la realidad a través de una poesía
cruel y luminosa” Porque digámoslo ya,
“La edad media” es una novela solvente, entretenida y critica con la dura
realidad social que nos toca vivir, muy bien trabada y estructurada y que se sostiene sobre sólidos pilares
literarios y donde brilla con luz propia un sentido del humor desopilante y
cruel o al menos así me lo parece. Un sentido del humor que alivia tensiones.
De repente en mitad de un párrafo te
encuentras con alguna frase del tipo: “El ascensor es primitivo, se eleva hasta
la décima planta con lentitud zen” O,
“El padre es bajo y gordo, la madre es baja y tripuda, y para los dos hijos,
seguro que el fiscal no va a pedir una
prueba de paternidad” O en pag 143. O “M
divisa a Julia, que habla dentro con Virginia. Han debido atracar juntas la
misma tienda de trajes de lentejuelas”. Y es una novela que trata muchos temas,
las crisis de valores de la actual sociedad, el desclasamiento social, el
aborto, el machismo latente desde la infancia, el fracaso de los ideales, la
corrupción social, laboral, pero también la pederastia en colegios de curas y
el acoso escolar entre los propios niños y los hace sin limar aristas,
hundiendo el cuchillo de la literatura en el cadáver de una sociedad en
descomposición. Como toda buena novela es un lugar habitable, pero hay novelas
que son casas de planta baja y novelas que se alzan como edificios de doce
plantas. Depende de la ambición del arquitecto. Los materiales para construir
una casa de planta baja o un edificio de doce plantas son los mismos, pero la
pericia del arquitecto es fundamental. Algunos autores suelen comenzar
construyendo una cabaña de paja, pero Leonardo Cano ha optado por levantar el
edificio de doce plantas o adentrarse en un circo de tres pistas. Y pistas es
lo que no pretendo dar sobre esta novela no sea que me acusen de ser un
spolier. Pero algún tipo de cebo tengo que ponerles para que piquen ustedes se
vengan a vivir durante unas horas a este lugar donde elhijodelRana, Moya y Fauró
conviven en tres tiempos y en tres tramas que
hábilmente se anudan en un nudo marinero al final de la novela. Y es que
Leonardo Cano es un escritor potente, en la estela de Mario Vargas Llosa, a
quien tanto admira, pero también
fuertemente influido por autores como del Bret Easton Ellys de “American
Psycho, o John Cheever, o Saul Bellow y que igual que si construyera un tapiz
va cruzando y descruzando los tres hilos de la trama con una precisión
implacable hasta que la imagen que pretende darnos de estos personajes desde
sus primeros años en el Bosco hasta esa edad media donde parece que ya hemos
perdido todas las batallas y el cómodo fracaso de la rutina se ha impuesto a la
utopía de los sueños se torna nítida, pero no del todo, porque gran parte del encanto
de una novela como “La edad Media” es que la solidez de su estructura a tres
bandas y voces distintas y distantes, permite que aparezcan las grietas y las
contradicciones de todo ser humano. Al final es tan importante la imagen que
nos muestra el tapiz como esos pequeños huecos que dejan pasar la luz en el
trenzado del tapiz. Quiero decir con esto que esta es una novela donde lo que
se dice no es tan importante como lo que se calla, los silencios, que las
revelaciones son tan solo la punta del iceberg y que por debajo de la línea de
flotación de la historia hay más leña de la que arde. Para leer correctamente
“La edad media” hay que comprase un bloc
de notas y un bolígrafo a ser posible Bic y saber leer entre líneas, como si estuviésemos
leyendo un poema, y hay que dominar el arte de cambiar de voz como los
ventrílocuos y ser, también, un
optimista radical para sobrevolar su
pesimismo esencial y que cuando lleguemos a esa frase final que cierra la
novela: “Y es imposible que esta sea nuestra historia” , el contenido de “La
edad media” no nos afecte más allá de lo estrictamente imprescindible. Aunque a
buen seguro que como sucede con toda
buena novela ya nos habrá afectado más allá de lo estrictamente imprescindible.
No quisiera acabar esta reseña sin elogiar a los editores que se arriesgan a
publicar autores nuevos y que apuestan por salirse del canon establecido por
las grandes editoriales. Creo que Editorial Candaya compartiría plenamente
estas palabras, sacadas como las que encabezan este texto de la novela “Sudor”
de Alberto Fuguet. Va por ellos. Editar es, al final, un modo de intervenir
en los l debates. A veces es iniciar el debate, otras veces implica cerrarlo o
mantenerlo vivo. Me deleita ver gente en el metro o almorzando sola con un
libro que nació de mí o con mi ayuda. Me encanta cuando algo que edité pasa a
las redes sociales, es un meme, aparece en Instagram. Para eso hay que trabajar
libro a libro, que cada libro tenga su propia lógica y resulte, incluso los que
no lograron seducir o ser entendidos. Lo importante, creo, es que yo este
convencido, que ninguno me provoque culpa o vergüenza, que cada uno, a su modo
y siendo fiel a sí mismo, me parezca digno de leer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario