domingo, 18 de mayo de 2014

EL DESCONOCIDO DEL LAGO ALAIN GUIRAUDIE

Se podría ironizar mucho sobre "El desconocido del lago". La veo en versión original en la IX Muestra de cine LGTB de Murcia. Gastos mínimos. Un solo decorado. Unos pocos actores con un vestuario básico o completamente desnudos. Cuatro coches aparcados y algunas imágenes explicitas  y nada banales de sexo entre hombres a lo largo de 97 minutos. Todo esto para hablamos de la soledad de individuo -homosexual o no- en la sociedad -actual o no-. Podría haberse rodado igual en un bar de ambiente con cuarto oscuro y hubiera habido pocas diferencias argumentales. Las cosas nunca cambian a mejor, aunque lo parezcan. Es la enorme trampa de la sociedad de consumo. Guiraudie parece hablarnos sin hablarnos de la rutina del deseo y de la pureza del mal; de la pureza del deseo y de la rutina del mal. Hay algo de la naturaleza criminal y asocial de las obras de Jean Genet en las imágenes de está película donde cada día es igual y diferente. Monótono. La monotonía del deseo, satisfecho o no. En "El desconocido del lago" el amor no se paga con amor ni el sacrifico salva a quien no desea ser salvado. Nunca como estas imágenes morosas como una siesta de verano interminable,  nunca, repito, se ha expresado de manera tan clara esa cualidad insensata del deseo que nos lleva a ponernos en peligro a pesar de saber que corremos el riesgo de morir en el intento. La banalidad del mal o la banalidad del deseo. El placer de la monotonía. La decepción. Guiraudie, fuerza de repetir encuadres y sugerir matices nos incomoda y nos fascina. La mejor baza de la película es que no hay planteamientos morales. En el sexo no deberían existir los planteamientos morales que lo contaminan. Los personajes se dejan llevar por el instinto y no se cuestionan si sus opciones son pertinentes o no. Los perdedores están a la vista y los ganadores también. La vida, el amor y el deseo son crueles. La soledad final del protagonista encubierta por las sombras de la noche, después de sus  desesperados gritos llamando por su nombre al hombre que a pesar de todo lo visto continúa amando es una imagen aterradora de los mecanismos emocionales del ser humano, de lo terriblemente frágiles que somos cuando no sabemos qué hacer con nuestras vidas. Un final difícil de entender para muchos espectadores, porque no da la solución sencilla al conflicto pasional planteado sino que obliga a repensar las imágenes desde ese final incierto pero cierto; abierto, pero cerrado en el fondo. Algo así como nadar y no guardar la ropa. El riesgo de vivir siempre en presente de indicativo sin posibilidad de futuro. 

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