Llega puntual al segunda parte de la a ratos perturbadora y a ratos meditabunda "Nymphomaniac". Quienes esperaban más sexo obtienen más sexo, pero no sexo como gratificación y disfrute. Si en la primera parte la vida sexual de Joe contada por ella misma adquiría dimensiones exultantes y a ratos liricos por todo lo que implicaba de liberación individual, de aceptación de nuestra propia idiosincrasia sexual y del único instinto que la hipócrita sociedad en la que vivimos es incapaz de dominar y domeñar. En esta segunda parte tanto lo que se nos cuenta como la forma de ser contado es mucho más oscura. Uno puede sacar la impresión de que Lars von Trier nos sermonea sotto voce. Ni la sociedad actual ni los personajes que la habitan salen muy bien parados de este retrato sexual en negro carnal por así decirlo. No recuerdo si es la protagonista o no la que en un momento dado afirma que la principal virtud del ser humano es la hipocresía. Somos seres a imagen de la sociedad que hemos creado. Nos otorgamos reglas para luego romperlas. Que a algunos timoratos puedan molestar o sobresaltar un primer plano de una polla erecta mientras la narradora relata como en la mil y una noches una historia de pederastia o la discusión entre dos hermanos negros medianamente dotados sobre quién se folla a la protagonista por delante y quien por detrás sería concederle a "Nymphomaniac" un poder revulsivo y renovador del que carece. Lo importante está en las palabras. Lo que dicen los personajes es lo verdaderamente revolucionario. Claro que a veces se nos escapa el mensaje entre tanto cuerpo desnudo o entre tanta provocación con tendencia al horror vacui. Y luego ese final que no hace sino corroborar los capítulos anteriores. Uno no sabe bien si aplaudir a Lars von Trier o mandarle a paseo. Claro que tanto para aplaudir como para denostar es necesario haber visto la película. Y eso no está al alcance de todos. Algunas mentes son demasiado estrechas para pasar por esa puerta.
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