En ocasiones, pequeños gestos nos salvan. Los pequeños gestos son importantes. Los libros pequeños, también. El libro que nos ocupa, "El amigo de Baudelaire" de Andrés Rivera [Buenos aires, 1928] seudónimo de Marcos Ribak, apenas posee 86 páginas. Lo publicó en 1991, ahora acaba de aparecer en nuestro país de mano de la editorial Veintisiete Letras. En las novelas breves el comienzo lo es todo: "Un hombre cuando escribe para que lo lean otros hombres, miente. Yo, que escribo para mí, no me oculto la verdad". Rivera va directo al grano de la literatura y se deja la paja en el camino. Saúl Bedoya, el acaudalado, culto y perverso protagonista , según al contraportada, también va directo al grano. Cuanto se nos cuenta es terrible y, por supuesto, actual, aunque no lo parezca. Aunque nos estén hablando del pasado de un país y de una burguesía que no es la actual. La Argentina de "El amigo de Baudelaire" es la Europa actual: "Línea de acción en tiempos de crisis: comprar esterlinas y oro, y no vacas". Más actual aún: "Se trate del progreso del país, de la velocidad con la que engordan nuestros bolsillos o de una amenaza comprobada de disolución social, es preciso que sepamos que si se crean fantasmas, será obligatorio creer en ellos". Por aquí anda suelto el fantasma de la recesión. Y otros fantasmas no menores. Quién afirma que no es posible creer en los fantasmas. La novela, si breve, brevemente mejor. El autor nos da más caña: "La revolución es un mal imperfecto y, por lo tanto, inadmisible". Rivera, o el juez Bedoya no se paran en minucias. "A un poeta, ¿qué es lo que puede exigirle?". Cuando habla de un poeta podría hablar de un político o de un periodista. Personajes con fondo moral. O no. Además de Argentina, hay un crimen y una historia de amor, algo por el estilo. El amor siempre es algo por el estilo. Quizás podría hablarse de amores perros. Y sobre todo hay frases como desgarraduras en la piel: "El tiempo vuelve trivial hasta el destino"; "La ley no prohibe mi placer ni mis deseos. Yo interpreto la ley"; "La burguesía siempre es excesiva"; "La verdad no se queja"; El protagonista no sale muy bien parado. Tampoco le importa. Es consciente de su lugar en el mundo, de su poder, de las secuelas de la vejez. Tampoco tiene inconveniente en advertirnos: "Los juegos de palabras sólo sirven para satisfacer el orgullo de los tontos". En "El amigo de Baudelaire" no hay juegos de palabras; únicamente literatura. De la imprescindible.
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