La vida cotidiana [ediciones Alfabia] habla de la vida cotidiana. Y es difícil que un libro que habla de la vida cotidiana hable de la vida cotidiana y parezca que realmente está hablando de la vida cotidiana, porque a los que nos gusta la literatura sabemos que cualquier historia o narración literaria es una convención que raramente se parece a la vida que intenta reflejar. El libro de relatos de Daniel Gascón [Zaragoza, 1981] logra la proeza de que aquello que nos cuenta suceda delante de nuestras narices o de nuestros ojos y que, además, lo que se nos relata -que ha sido relatado otras mil veces antes- dé la impresión de que es la primera vez que te lo cuentan. Hay una notoria falta de énfasis en los argumentos casi sin argumento de estas historias casi sin historia. Son historias de giran en torno a la trivialidad y levedad de la vida; a la insoportable levedad de la vida que diría Kundera. La voz narrativa es única, irónica. Los relatos empiezan y acaban en sí mismos, pero dan la impresión de ser un todo, fragmentos de un todo unitario. El narrador es el hilo conductor de estas historias. El narrador escribe, publica libros, da clases de español en el extranjero y clases particulares de inglés a un homosexual enamorado, hace bolos literarios, trabaja como traductor a precio de saldo, trabaja en la televisión local, cambia de piso, cambia de novia, entrevista a una escritora que conoció mejores tiempos y a un escritor sobre el que está escribiendo un trabajo; tiene una exnovia con la que no acaba de romper, tiene una novia en San Francisco y novia inglesa y otras parejas o ligues puntuales repartidos a conciencia por los diversos relatos, acude a fiestas y acompaña a su madre a una manifestación en contra del establecimiento de una base de la OTAN en Zaragoza. Como se puede ver , el narrador lleva una vida cotidiana muy agitada. Una vida cotidiana de pequeñas mentiras sin importancia, como la última y larguísima película de Guillaume Canet. Pequeñas mentiras sin importancia que podrían ser indoloras de no ser porque, a pesar de la patina de humor con la que el narrador recubre sus andanzas, se intuye una dolorosa huida hacia delante, un querer escapar del tedio cotidiano. Los relatos de Daniel Gascón más que leerse, se respiran. Y ante la contaminada realidad política del país, he corrido rápidamente a la librería de la esquina y no he dudado en comprarme la reedición que la editorial Xordica ha realizado de su libro anterior "El fumador pasivo".
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