A veces tienes la sensación de que te gustaría salvar algo porque consideras que tiene suficientes virtudes para ser salvado, pero al mismo tiempo te invade la sensación contraria de que quizás sería mejor dejar que eso que te gustaría salvar permanezca en el olvido porque no llegó a estar a la altura de lo que esperabas de él. Algo así me sucede con "El editor de libros". Esperaba más mucho más de ella, dada mi fascinación por el tema que trata y por el autor Thomas Wolfe, el autor de "El ángel que nos mira". La película es correcta, pero ansías que hubiera sido algo más que correcta. El reparto es estupendo a pesar del desequilibrio que supone la actuación de Jude Law que casi contagia a Nicole Kidman, aunque no del todo. Lo que se cuenta es interesante y trascendente: el papel de manipulador del editor, de creador de una obra propia a partir de una obra ajena. ¿El editor poda el árbol plantado por el escritor o simplemente lo mutila? No es cuestión menor cuando se habla de derechos de autor y todas esas zarandajas. El problema es que la película es tan fría que no emociona ni siquiera cuando debe emocionar. Parece manufacturada en serie. Podemos creernos la pasión de los personajes, pero esta no se transmite en la pantalla. Ni la de Wolfe escribiendo ni la de su amante entregada incondicionalmente a él, ni la del editor por la obra del autor novel. Y una película de este tipo que no emocione es como un ramo de flores que carece de olor. Bello, pero innecesario. Eso sí, queda el marchito perfume de lo que hubiera podido ser esta historia en otras manos.
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