¿Qué es la habitación? Eso debería preguntarse uno al salir del cine, pero poca gente lo hará. Como mucho se pensará que su primera parte es una obra maestra del cine de terror psicológico, donde no sucediendo nada espeluznante, todo es horror en estado puro, cotidiano, silencioso y por lo tanto más difícil de clasificar; y su segunda parte, más convencional, un drama familiar. Pero siendo así, yo creo que el mayor horror no está en la primera parte sino en la segunda: en el drama. La primer parte nos muestra la adaptación de una adolescente secuestrada, retenida y violada por su secuestrador y el fruto de esta relación, un hijo de cinco años. En esta parte la situación malsana es tan cotidiana que apenas hay grietas para que asome el miedo viscoso y el asco moral que debería producirnos la situación de esta chica y su hijo. Dentro de sus limitaciones han construido un mundo a su medida para poder sobrevivir al espanto de la lóbrega realidad. Un mundo fantástico, pero a la vez perfectamente real. Uno puede emocionarse viendo al niño dándole los buenos días a los objetos cotidianos que le rodean como si tuvieran vida propia. El mundo puede ser un lugar muy grande o muy pequeño, depende de nosotros. Los objetos reales adquieren una presencia considerable: las sillas, la mesa, el lavabo, la planta. Incluso los objeto irreales la adquieren, ese perro que el niño imagina que tiene. Una vez que salen del encierro el peso de los objetos y de la fantasía es menor. Aquí en horror se concentra en las personas, en las relaciones humanas; en los traumas, en las frustraciones, en la culpa, en los remordimientos y en los prejuicios. Ese abuelo que no acepta a su nieto porque es fruto del estupro. La propia protagonista que afirma que el niño es tan solo hijo suyo, negando la posibilidad de que su secuestrador haya intervenido en su concepción. Los reproches de la hija a la madre por haberla educado para que fuera amable con los desconocidos. O ese momento terrible de la entrevista en televisión en el cual la entrevistadora le echa en cara a la protagonista que hubiera sido tan egoísta que no hubieses en su hijos y pedido al secuestrador que abandonase al recién nacido en cualquier parte para que fuese criado en libertad y evitarle el sufriendo de esos cinco años de reclusión. La habitación habla de asuntos muy serios de una forma compleja, contándonos una historia y no dándonos un sermón; es un cuento moral sin moralina: el monstruo de Frankestein y la niña junto al río; la inocencia profanada. Cine sobre la oscuridad del alma del ser humano. No solo la del monstruo que es el secuestrador, sino la de la adolescente que es secuestrada. Por eso no importa nada que el secuestrador sea o no capturado o que sepamos más detalles sobre su biografía. Él no es importante, lo que importa es la devastación interior de la adolescente, el abismo al que la arroja. Simplemente una gran película.
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