Leer "La marrana negra de la literatura rosa" [Sexto piso, 2010] de Carlos Velázquez [1978] es como meterse en vena un par de películas de Robert Aldrich [1918-1983] Por ejemplo, "Waht Ever Happened to Baby Jane?" [1962] con mis admiradas Bette Davis y Joan Crawford y "Canción de cuna para un cadáver" [1964] de nuevo con la Davis. Si nos ponemos patriotas, asunto poco recomendable, sería como asistir a un maratón cinéfilo sobre Alex de la Iglesia [1965] cuando todavía era capaz de inventar universos paralelos. Sería como ver "El día de la bestia" [1995], "Perdita Durango"[1997] y "La comunidad" [2000]. Algo de todo lo anterior hay en la obra de Carlos Velázquez. Todo en "La marrana negra de la literatura rosa" es desmesurado, grotesco, cruel, caótico, dantesco, y humano, profundamente humano. Se trata sólo de cinco relatos, pero qué cinco relatos. Y qué personajes: un hijo de mamá (ciega) adoptado y gordo, casado con una chica de barrio embarazada y cocainómana que le somete a una dieta de estupefacientes para que no engorde. El cuento incluye un robo, un intento de asesinato y un humor a juego con los personajes. Se titula: "No pierda a su pareja por culpa de la grasa". En el segundo cuento "La jota de Bergerac", Alexis, una jota masomeneada, pegada a una nariz como diría Quevedo, que sueña con encabezar la marcha del orgullo gay, pero a la que le sobra su soberbio apéndice nasal, se convierte en talismán y fetiche sexual de Wilmar un jugador cubano de la liga de béisbol al que le gustaba "dar tranca insobornable", a cambio de la promesa siempre incumplida de que le pagará la operación de su nariz. Además de celos, canciones de amor, golpes, sangre y esperma, hay un final que tiene la grandilocuencia de una falla valenciana. En "El alíen agropecuario" un grupo de música punk que no tiene donde caerse muerto, compuesto por dos hombres y una mujer, contrata primero y luego compra como teclista a un menor con síndrome de down que los convierte en un grupo de éxito. El empeño del líder del grupo porque el"alíen" pierda la virginidad, la campaña hipócrita de los que están en contra de la utilización exhibición del menor con síndrome Trisomía 21, la yokonización del grupo, un embarazo no deseado y otra suerte de enredos le dan al relato una textura alucinógena, como si los protagonistas fuesen todo el rato pasados de crack. Y qué decir de "El club de las vestidas embarazadas" donde Damián, un marido, cuya mujer le pide a gritos la inseminación artificial, para escapar de ella no cesa de apuntarse a cualquier tipo de club (ya sean libroclubs, clubs de jardinería o putticlubs) y acaba en un club de gays que se visten de mujer para dedicarse, entre otras prácticas, a limpiarle el culo a sus bebes, que suelen ser sus protegidos. Queda para el final "La marrana negra de la literatura rosa". El protagonista, del que todos piensan que es gay menos su madre, tiene una marranita llamada Leonor que se dedica a refocilarse con un cerdo llamado Valente y que en sueños le dicta novelas de amor rosa que constituyen un rotundo éxito editorial hasta que Leonor, tras el fallecimiento de su adorado Valente, se suicida y el protagonista cambia de profesión y de acera. Así resumidos los argumentos de los relatos no tienen ni pizca de gracia, pero hay que leerlos y ver como Carlos Velázquez encara la narración, la retuerce, la rellena de juegos de palabras, de referencias a canciones, poemas, divas televisivas o no, y convierte el sexo en el motor, no sólo de los relatos, sino en el motor que mueve el mundo. Un libro de relatos para lectores sin prejuicios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario