Hay autores adictivos. Por ejemplo Amélie Nothomb [Kobe, 1967]. Como todos los autores adictivos hay que leerlos con pasión, pero con cuidado. No sólo enganchan, también provocan mono. Con Amélie no hay problema. Escribe como si respirara literatura. Ha escrito más de veinte novelas, casi todas de una brevedad deslumbrante frente a la mayoría de la novelas actuales que tienen un exceso de grasa y de páginas. Parece que una novela no es novela si no supera las 400 páginas, aunque le sobren 300. Con Amélie no ocurre. Ella gestiona perfectamente los tiempos y las páginas. Sus novelas siempre se quedan cortas. Nos dejan con ganas de más. Procuro leer las novelas de Nothomb distanciándolas en el tiempo. Es por una cuestión de intensidad. Son breves, pero exigen tal nivel de atención que agotan. Luego, uno necesita un tiempo de reflexión. Todavía perduran en mí los ecos de "Estupor y temblores" [1999] descripción de su experiencia laboral en una empresa japonesa. Uno no sabe si reír o llorar con las ocurrencias de "Metafísica de los tubos"[2000] y "Higiene del asesino" [1992] es un tour de force literario admirable. Acabo de terminar "Ordeno y mando" [Anagrama, 2010]. Es difícil comenzar una novela como ella lo hace y que no se te venga abajo a la tercera página, pero ella logra el milagro. La novela se sostiene sobre el absurdo de una usurpación de personalidad, la de Olaf Sildur por Baptiste Bordave. Quién no querría cambiar una vida mediocre y gris por una de lujo y misterio. Sobre una situación única y apenas un par de personajes principales, Amélie Nothomb construye un entramado de sugerencias delirante y una crítica a la sociedad actual -donde quien más tiene puede seguir fingiendo que tiene más, aunque carezca de casi todo-. Vivimos en una sociedad de fingimiento. Como de costumbre, lo mejor son esas líneas cortantes como las aristas del cristal que hieren la mirada del lector desde el espejo de la página: "Desde Kafka, está demostrado: sino eres paranoico, eres culpable"; "Uno se siente estimulado cuando habla de la muerte"; "Algunas palabras adquieren su sentido más profundo cuando las pronuncian los demás"; "Las más hermosas ensoñaciones se producen en los trabajos más estúpidos"; "Los museos ganan cuando se visitan con gente inteligente"; o la más contundente: "La cultura se fundamenta en un mal entendido". Seguramente, esta última afirmación se puede aplicar a la vida: "La vida se fundamenta en un mal entendido". Eso debe pensar la mayoría de la gente que no sabe qué hacer con su vida aparte de sobrevivir, ver deportes en la tele y pagar la hipoteca.
He empezado hace muy poco Stupeur et tremblements: es pronto para dar mi opinión, de momento estoy más o menos sorprendido. No me sorprende que cite a Kafka, porque en seguida viene a la cabeza al leer esta novela, aunque todo transcurra de un modo más amable -al menos hasta ahora- que en las tremendas pesadillas del checo.
ResponderEliminarUn saludo