Hay libros que se defienden solos. No necesitan escuderos y quijotes que los defiendan y menos poetas metidos a blogueros. "Mierda Bonita" de Pablo Gisbert [Valencia, 1982 ] es uno de ellos. Con mosca incluida. "Mierda bonita", qué buen título, piensen en los matices si lo hubiera articulado al revés "Bonita mierda", y tendrán una clave de por donde van los textos que componen este pequeño pero complejo volumen de textos teatrales a contracorriente que disparan al corazón complaciente de una sociedad adormecida y sodomizada por su propia estupidez. Es necesario reconocer que a pesar de su capa de barniz cultural de andar por casa en hombre del siglo XXI es un animal igual de estúpido que el hombre del paleolítico. Por supuesto no esperen ustedes teatro de andar por casa. Gisbert no busca un espectador acomodado, busca levantar ronchas en la piel tersa y relajada de una sociedad que ha perdido el norte y los valores sociales y humanistas, para echarse en manos de los peores vicios del capitalismo degradante. Este es un teatro de ideas. Un teatro que busca provocar. Así comienza la primeras de las historias que componen "Escenas para una conversación después del visionado de una película de Michael Haneke": Un chico quiere ir a un cuarto oscuro para que se lo follen. El chico necesita saber qué es eso de que se lo follen cuatro o cinco personas sin saber nada de esas cuatro o cinco personas. Él tiene novia desde hace años y tiene intención de seguir teniendo novia porque se quieren mucho y están muy bien. Ella no sabe nada de las fantasías sexuales de él. Podríamos llamarlo teatro de choque. Va directo al meollo del asunto y deja poco a la imaginación, pero es que el teatro es de las artes la que menos deja a la imaginación. Es la palabra en estado puro. Y más en estos textos que carecen de acotaciones y se limitan a ser parlamentos. Uno se imagina al actor de turno recitando el texto: En la historia ocho de esta misma obra hay casi una declaración de principios: Yo estoy hasta los cojones de los textos derrotistas, de las piezas sobre la incomunicación, de la nostalgia y de toda esa mierda de que cualquier tiempo pasado siempre fue mejor, y toda es patraña de temas aburridos y podridos que no sirven para nada más que para castigarse a uno mismo y, sobre todo, no hacen más que cagarle en la cara la publico cuando aplaude y, que cuando aplaude, se salpican entre ellos y se van todos a casa con ganas de no follar". Ya ven el cariz que va tomando el asunto, pero el autor es un autor inteligente y serio que se cubre las espaldas culturalmente y por entre los textos salen Munch, Ingmar Bergmar, Santa Teresa de Bernini, Spencer Tunick, Michael Houellebecq, Dominique Leduc, Zygmunt Bauman, Lars von Trier, el compositor y cantante de Einstürzende, Blixa Bargeld, Amaia Montero, Dani Martín o Thomas Bernard. Pero lo verdaderamente importante es la potencia de los textos entre lo lírico y lo escatológico. Entre la caricia y el golpe. En "La posibilidad de desaparecer frente al paisaje", se nos dice en un texto maravilloso sobre la función social del arte y del artista lo siguiente: Los artistas son los mejores para diseñar la revolución y nunca hacerla, para ajustarla y nunca activarla. // El arte adormece la revolución porque la propone y la pospone, la imagina pero la retrasa. // Antes se decía que la religión era el opio del pueblo, ahora yo digo que el arte, reducido a entretenimiento, es el iboprufeno del pueblo. // El arte alberga a gente como yo, soberbios y sin valentía...// Somos absolutamente inofensivos.// Si los mejores artistas no hubieran sido artistas, ¿qué sería de nosotros? // Imagínate que Angélica Lidell, Lars von Trier o Jérôme Bel hubieran sido militares.// Menos mal que se entretuvieron haciendo sus cosas.// El único que dejó de pintar cuadros fue Hitler y mira cómo acabó la historia. La mayor parte de los textos de "Mierda Bonita" son así, repletos de ideas brillantes y a la contra, alejados del pensamiento único y de la comodidad de una sociedad que prefiere no pensar y se limita a vegetar sobre sus propios excrementos, sobre su podredumbre. Son apenas 172 páginas repletas de belleza y verdad. Además de las dos obras citadas también pueden leer en ella: "Observen cómo el cansancio derrota al pensamiento"; "La historia del rey vencido por el aburrimiento" y "La chica de la agencia de viajes nos dijo que había piscina en el aparcamiento". También hay una cara B, con texto que sirvieron de apoyo a las obras citadas. Les dejo con parte del texto final de "La chica de la agencia de viajes...." a la espera del fin del mundo que se profetiza: Jesucrito es un icono pop. La cruz cristiana es un icono pop. La esvástica nazi es un icono pop. El punk es un icono pop. La cocaína es pop.El sida es pop. Hacerse una foto en el Vaticano es pop. Tener un trozo del muro de Berlín es pop. El fascismo es vintage. El cristianismo es retro. El champiñón sobre Hiroshima y Nagasaki es una foto bonita. El Guernica es solo un cuadro famoso. Auschwitz se ha convertido en un parque temático para turistas.// Creo que estamos cerca de otra gran guerra. Pues nada, mientras esperamos que suceda, mientras esperamos la próxima gran guerra rodeados de nuestros iconos pop e inmigrantes que agonizan a las puertas de Europa, leamos al menos algún texto medianamente inteligente sobre las enfermedades morales de una sociedad europea en decadencia.
sábado, 27 de febrero de 2016
domingo, 21 de febrero de 2016
CAROL, TODD HAYNES
En Carol, la última película de Todd Haynes [Los Ángeles, 1961] todo encaja y sin embargo hay algo minúsculo que no termina de cuadrar. La película es un melodrama suntuoso, muy al estilo de los melodramas de los años cincuenta rodados por Douglas Sirk, aunque con un tema que el gran director alemán afincado en Estado Unidos jamás se hubiera atrevido a plantear, la homosexualidad femenina. La belleza del producto devora el posible impacto de la crítica social y moral que propone y que sí que estaba en la novela de Patricia Highsmith en la que se inspira. En Carol, todo es demasiado suave, los colores, los decorados, el preciosismo de los encuadres, las interpretaciones contenidas y matizadas, el vestuario, la música envolvente, casi hipnótica. Es como un regalo maravilloso envuelto en papel satinado y con un lazo de colores. Eso es "Carol". Uno sale de la película rodeado de una halo de extraña complacencia. La película es la elegancia de Cate Blanchet y la sutilidad y frescura de Ronney Mara. Una mezcla sutil entre el silencio y la palabra, entre lo sugerido y los mostrado. Entre la hipocresía de una época y la libertad de las personas para sentir con libertad el camino de su corazón. La frase queda cursi, pero es muy apropiada al modo de encarar el tema. La película no es que sea verosímil, es que no parece haber diferencia entre las actrices y sus personajes, entre lo que sienten y cómo lo expresan tan solo con una mirada o una caricia. Podría ser una obra maestra, pero yo ya no creo en las obras maestras. Quizás porque hay algo que no termina de cuadrar, algo que en algún momento me aleja de las imágenes y me obliga a mantener una distancia que no quisiera mantener con la historia que me están contando. Puede que sea el esteticismo del envoltorio. No sé. El milagro es que "Carol" exista, que nuestra mirada se funda con la imágenes que Todd Haynes ha creado, que respiremos la historia de este amor al borde de lo imposible y que en el fondo queramos y deseemos que sea posible porque nos permite soñar con la posibilidad del futuro, de un futuro mejor y con la posibilidad del amor y la pasión en estado puro, como en todo gran melodrama.
sábado, 13 de febrero de 2016
UNA BARBA PARA DOS LAWRENCE SCHIMEL
Entre "Precariedad" y "Urgencia" dos microrrelatos de apenas dos líneas se desarrollan los otros 97 microrrelatos del último libro de Lawrence Schimel [ Nueva York, 1971] autor con cierta experiencia ya en publicar relatos de corte erótico o algo más que erótico, bordeando el límite entre lo erótico y lo pornográfico y de extensión algo más larga y rotunda: "Bien dotado" [Laertes, 1999]. En "Bien dotado" había una advertencia del autor donde afirmaba que: son un tipo de cuento moral, cuya trama es el sexo hoy en día. Es decir, los relatos reflejan una moral moderna, liberal y positiva respecto a la sexualidad y, concretamente sobre la homosexualidad." La afirmación sigue sirviendo para estos esmerados e irónicos microrrelatos. Aquellos relatos habían sido publicados inicialmente en revistas pornográficas norteamericanas, pero el autor intentaba la nada delicada y desdeñable tarea de subvertir las rígidas reglas de aquel tipo de relatos adaptándolos al momento en que fueron escritos. Doy fe de las bondades de algunos de aquellos relatos. En "Una Barba para dos" [Editorial Dos Bigotes, 2016] vuelve a las andadas he intenta conferir densidad, modernidad, actualidad y compromiso a unos relatos que no intentan ir más allá de la pagina y media. Son relatos por lo tanto directos, que entran en el asunto sin preliminares y acaban la faena antes de que te des cuenta de que el contacto visual ha terminado. Buscan ser el instante del erotismo puro; lo que subyace entre la mente y la mano. Uno de los principales problemas de leer 99 microrrelatos eróticos sobre tema gay es la sombra de la monotonía sobrevenida, pero ese riesgo ha sido cuidadosamente evitado tanto por el autor como por los editores, solo en dos o tres micorrelatos tienes la sensación déjà vu. Las ambientaciones de los microrrelatos y las situaciones son lo suficientemente variadas y flexibles para que el libro se lea como en una buena sesión de sexo literario sin interrupciones. Otra cosa es que todos los microrrelatos estén a la misma altura o tengan la misma intensidad. Quizás si en lugar de 99 relatos hubieran sido 69, algo más largos, se habría ganado en intensidad, pero se habría perdido en versatilidad. De todas maneras hay para todos los gustos. Ya lo dice la contraportada son "escenas de la vida cotidiana en los tiempos del Grindr". Abunda la primera persona del singular o del plural narrativa que siempre es la mejor manera de contar una historia de estas características que es mitad de quien la cuenta y mitad de quien la imagina. Como es norma en cualquier microrrelato siempre hay una sorpresa, bien sea al principio o al final de la historia. Hay un interesante juego con los títulos de los relatos. Que una historia que se titula "Nueva constelaciones" acabe con y con los párpados todavía cerrados vi las estrellas. En algunos momentos se tiene la impresión de que es el propio autor de los relatos el que vive la historia que relata y entramos en algo parecido a un desdoblamiento metaliterario. Sucede por ejemplo en "Bloqueo de escritor". A ratos me sobran referencias que intentan contextualizar los relatos que lo mismo suceden en Madrid que en Barcelona, Bilbao o Hamburgo. Por ejemplo la referencia a la alcaldesa de Madrid. Pero son detalles menores. Con este libro ocurre como en la vida en general y en el sexo en particular uno tiene que arriesgarse y ver qué sucede. Y jugando con el final de uno de estos microrrelatos; "Provocación". Solo hay una manera de averiguarlo. Leerlo.
domingo, 7 de febrero de 2016
EL COMENSAL, GABRIELA YBARRA
Una buena obra debería hacernos reflexionar no solo sobre el argumento de la obra sino sobre el hecho mismo de escribir. Sobre los mecanismos de la escritura y sobre las razones que han llevado al autor de la obra a escribirla. "El comensal" de G. Ybarra [Caballo de Troya, 2015] es una de esas obras que interesan por lo qué cuenta sino por cómo lo cuenta. Dos muertes separadas en el tiempo, pero íntimamente relacionadas en la memoria sentimental de la autora conforman el argumento de esta novela que no busca ser autobiográfica aunque en el fondo lo es, pero eso importa poco a la hora de leerla. Importa poco que sepamos que los hechos narrados son verdaderos; porque la verdad de la novela es literaria y no atenerse a la realidad de los hechos. Gabriela Ybarra [Bilbao, 1983] narra sus recuerdos de un tiempo sin recuerdos y sus recuerdos de un tiempo de dolor y duelo y muerte. Reconstruye el secuestro y asesinato por parte de ETA de su abuelo paterno, cuando ella todavía no había nacido y al mismo tiempo nos narra -como quien introduce el bisturí en la carne viva de una herida-, los últimos meses de vida de su madre y su muerta a causa de un cáncer. En ninguna de las dos historias intenta apelar al sentimentalismo ni dar lástima. Su narración y su reconstrucción de los hechos es clara, limpia, certera, casi podría considerarse objetiva si no fuera porque ella es parte importante de la trama. Existe un exquisito despojamiento formal. Una tendencia a lo esencial, a decir mucho con los mínimos elementos imprescindibles. No hay victimismo solo aceptación de que cada uno vive la vida que le toca vivir hasta que las circunstancias imponen el fin; un final que no podemos elegir. Hay un elegante modo de decir y enfrentar la cotidianidad de la muerte; esa que está en el día a día del hombre y que nadie quiere ver, porque tendemos a pensar que la muerte es cosa de viejos. Nada más lejos de la realidad. Hay un ajuste de cuentas pendientes con el pasado familiar, un ritual de duelo mucho tiempo después de los acontecimientos que lo han generado. La manera de narrar de Gabriela Ybarra no huye de la crueldad inherente a todas las situaciones vitales del hombre. Intenta no juzgar ni siquiera a los enemigos, a los asesinos, porque juzgar implica comprender y toda comprensión nos pone al mismo nivel de la persona que juzgamos. Hay un interesante juego con el tiempo y el espacio, con el tempo narrativo; ese contar la historia un año después de acontecidos los hechos y al tiempo que se escribe sobre ella volver a los lugar donde se ha sido desdichada, que me recuerda a ese momento de "Retorno a Brideshead" de Evelyn Waugh en el cual Sebastian comenta que deberíamos enterrar un objeto en cada lugar donde hemos sido felices, para más tarde cuando ya no lo seamos, poder volver a esos lugar y rescatar ese momento de felicidad. Gabriela Ybarra actúa un poco así, pero con la infelicidad y la desolación. Vuelve a las habitaciones del hospital donde estaba ingresada su madres, a las salas de espera, para rescatar un algo; el aliento del momento, se diría. Pero esta novela breve, que se lee como si fuese un suspiro, aunque suene a frase hecha, es importante por otros motivos, por sus diversos niveles de lectura entre lo generacional y lo personal, entre la Historia con mayúsculas y la pequeña historia personal de cada individuo; por su discurso nada impostado, casi naturalista sobre la realidad de la muerte; por esa manera firme y cortante de narrar, no como el leñador que da un hachazo y fragmenta la corteza de la realidad sino como el cirujano que disecciona diversas partes de un cuerpo que solo están relacionadas entre sí por el alma que ya ha abandonado a ese cuerpo. El resultado puede parecernos frío, pero bajo esa prosa gélida late el corazón detenido de una vida apasionada.
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