Hay películas que uno no sabe bien cómo asumir, películas que nos reconcilian con lo que alguna vez amamos del cine y ahora raramente encontramos en un filme. "La cinta blanca" de Michael Haneke [1942, Munich] es una de ellas. Una película realizada a contracorriente: blanco y negro, casi ausencia de música, un narrador frío y distanciado, planos largos y sostenidos sin apenas movimientos de cámara, un espíritu trascendente. Una película dirigida antes para hacernos pensar y reflexionar que para entretener. Y sobre todo, una película que nos habla del origen del mal en un momento histórico concreto que se puede universalizar refiriéndolo al nacimiento del mal en cualquier sociedad; incluida la actual. Lo que nos cuenta Haneke en "La cinta blanca" es importante. El mal no nace porque sí; el mal nace de la culpa, de la represión, del castigo, del silencio cómplice, de la castración emocional, de la mentira y de la hipocresía. El mal nace del poder, de su corrupción; vieve enquistado en él. La grandeza de la película de Haneke -autor de otras obras igual de duras y afiladas como "Funny games" [1997], "La pianista" [2001] con Isabell Hupert y la recuperada de Anne Girardort, según una novela de la premio Nobel Elfride Jelinek y "Cache" [2005] con una espléndida Juliette Binoche-, consiste en que el autor expone los hechos sin moralizar sobre ellos. Los hechos son los que son y cada uno puede interpretarlos según su parecer. Los niños de "La cinta blanca" son la camada negra que años después daría lugar a uno de los acontecimientos más denigrantes de la historia de la humanidad; pero todo está ya en germen en ese pequeño pueblo donde nunca pasa nada. Los poderes fácticos del lugar son el origen del problema. Un problema tan viejo como la historia del hombre. Ni los terratenientes ni la Iglesia salen bien parados del filme. Ambos con su capacidad de mimesis han sobrevivido hasta la actualidad, su cachorros acechan en cualquier esquina que tomemos a la derecha del camino. La película es un aviso para el porvenir. Sandor Marai también habló del mal: "El comunismo es una tragedia, pero el enemigo real son siempre los hipócritas mezquinos, disfrazados de nacionalistas: la derecha". Se puede decir mejor, pero no más claro.
La vaig anar a veure després d'haver llegit els teus comentaris. Hi he pensat moltes vegades en aquesta pel·lícula. Salut. JV
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