El estreno de la película "El cónsul de sodoma" de S. Monleón devuelve a la actualidad la figura de Jaime Gil de Biedma [1929-1990] poeta irónico y coloquial de obra breve, pero intensa y desde luego muy superior estética, moral y éticamente a muchos poetas que le precedieron y a no pocos de los que le imitaron después. ¿Ignoro cuántas veces he leído el manoseado ejemplar que poseo de "Las personas del verbo" [1982] y en mi biblioteca hay un par de ejemplares de "Diario de un poeta seriamente enfermo" [1974] Memorias donde su prosa es tan deslumbrante como su poesía. Gil de Biedma buscaba la perfección aún a sabiendas de que la perfección es estéril y que acabaría por paralizarlo y conducirlo al silencio. Fue consecuente con su elección literaria y con su opción vital. Escribir poco, publicar menos y beberse la vida en los libros y en los cuerpos. Fue un poeta libre en un país que no lo era. La película no me ha disgustado, pero tampoco me ha gustado. Parte de una base errónea. Es una película exhibicionista sobre un personaje que no fue nada exhibicionista. Las circunstancias le obligaron a ser un personaje visible en una época donde los homosexuales procuraban ser invisibles; pero fue a su pesar. Fue contradictorio, como todo ser humano que vive entre la hipocresia social y la verdad personal. Soy de los que opinan que conocer al detalle la vida de un artista no mejora la visión que tenemos de su obra. Conocer la anécdota que dio origen a un poema no mejora el poema, que debe defenderse solo. Gil de Biedma escribió desde la incomodidad de sentirse desclasado y eso no lo refleja la película. Los poetas mediocres escriben desde la comodidad y Gil de Biedma fue un poeta que vivió emocionalmente al borde del abismo; quizás por eso sus versos perviven por encima de la urgencia del deseo sexual y de la ceniza de los cuerpos que abonaron la tierra estéril de donde nacieron. La poesía o es dolor de vivir, o no es nada.
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