sábado, 7 de junio de 2014

COMPRO ORO, ISAAC ROSA


"Compro oro". Un título y una de esas frases hechas  o expresiones solidificadas por el lenguaje que podemos ver en cualquier ciudad en un cartel. Como "Se vende" . Como "Prohibido fijar carteles".  Frases hechas, sintagmas paradigmáticos o paradójicos. Estructuras sedimentadas, fosilizadas en el imaginario colectivo. Los escritores tienden a facilitar la identificación del posible lector con la obra.  Les dan facilidades, o al menos lo intentan. Los lectores son escasos. Los lectores son cómodos. No arriesgan. Los críticos también suelen ser cómodos. Y los políticos. Y los empresarios. El espíritu crítico es una falacia o cuando no lo es suele estar corrompido por egoísmos personales. Todo crítico, como todo político, empresario o banquero encierra dentro de sí un pequeño dios vengativo. "Compro oro" el es título de un libro de relatos de Isaac Rosa [Sevilla, 1974]. Del primer  libro de relatos de Isaac Rosa. Doce relatos que le dan la vuelta a la crisis social como se le da la vuelta a un calcetín.  Antes ya era autor de una corta y breve e inteligente obra narrativa: El vano ayer [2004]; El país del miedo [2008]; ¡Otra maldita historia sobre la guerra civil! [2007] nueva versión de su primera novela publicada en 1999. La mano invisible [2011]; La habitación oscura [2013]. Isaac Rosa quiere facilitarle al lector el acceso a estos relatos, uno por mes, publicados en la revista "La marea". Lo titula "Compro oro" porque considera que el título es una  buena metáfora de la sociedad actual donde todo se compra y se vende no atendiendo a su valor intrínseco sino atendiendo a los complejos mecanismos de un capitalismo feroz. Compro oro es también el título de un libro de poemas de Harkaitz Cano, publicado en 2011 por la editorial Huacamano. Es lo que tiene facilitar la labor al lector. Se crea confusión. Pero Isaac Rosa es un escritor excepcional. Nos pone delante la zanahoria, pero detrás de ella está el palo con el que piensa golpearnos la conciencia. La mala conciencia social que el cómodo lector burgués tiene.  Porque el lector es burgués y cómodo. Busca el final feliz, el colorín colorado y estos cuentos son en blanco y negro, estilo fotocopia de una fotocopía. Los pobres no tienen tiempo para perderlo leyendo historias sean en blanco y negro o en color. Bastante tienen con buscarse la vida y sobrevivir. Nos están abocando a una sociedad de la incultura y de la supervivencia. Este es un libro de relatos para burgueses con mala conciencia. Como esos vecinos que después de despedir al portero del edificio, para que el inmueble no pierda valor  -catastral o no; social o no-, se turnan para realizar las labores del portero despedido. O para esa clase media que ha perdido un par de escalones sociales y se dedica a mandar currículos a las empresas falseando su edad o sus habilidades laborales en la escala social. Cuentos crueles por  cuanto tienen  de descarnado análisis de un país en crisis inducida por el capitalismo intolerante y depredador de políticos y banqueros. Un país donde los empleados tienen un miedo racional al despido irracional, o al revés. Donde no todo el mundo es apto para trabajar y menos como lector. Un trabajo, el de lector, que no está demasiado bien pagado y en el que no hay derecho de huelga. Utopías pesimistas que están a la vuelta de la esquina y donde un despido en lugar de unir a una pareja la destruye.  Doce instantáneas rápidas y dolorosas. La vida misma en estado puro y duro, como ese oro que se compra y se vende y que da título al libro y que el autor considera la metáfora perfecta de una sociedad en descomposición. No todos los relatos están a la misma altura. Alguno me parece prescindible a pesar de su candente actualidad. Otra expresión carente de sentido. Me cae simpático "Verano azul". Pero desde luego los dos mejores desde mi punto de vista son los dos primeros "Finca con portero" y "Últimos movimientos". Frente a la intrascendencia de la mayoría de la literatura que se escribe y publica actualmente los relatos de "Compro oro" escuetos, directos, secos, críticos y poco complacientes valen no  por su peso en oro sino por su convicción de que la literatura puede mover las conciencias. 

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